En el Evangelio de hoy leemos una de las enseñanzas más revolucionarias de Jesús: "Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los injurian. Al que los hiera en una mejilla ofrezcan también la otra" (Lc. 6, 27-29). La novedad absoluta está en que hemos de amar, hacer el bien, bendecir y ofrecer la otra mejilla a quienes, según los criterios del mundo, parecieran no merecerlo.
A propósito de esto recuerdo que hace algunos años una persona sin fe me señalaba que esta enseñanza de Jesús le parecía lo más inaudito del cristianismo. Poner la otra mejilla lo consideraba una locura. La percepción de esa persona acertaba en cuanto a que
esta enseñanza, efectivamente, es una novedad que revoluciona los criterios de nuestro tiempo -y los de antaño-, porque pone su centro en el amor incondicional.
Sin hacer mucho esfuerzo podemos constatar que hoy existe poco espacio y disposición para vivir este amor al enemigo. A quien se equivoca se le castiga brutalmente, a quien hace daño se le quiere someter a un linchamiento público y, con cierta morbosidad, muchos quieren participar en primera fila observando el "espectáculo" del "apedreo". Un ejemplo de esta realidad son las redes sociales que, en muchas ocasiones, reflejan una perniciosa odiosidad instalada en el corazón.
En el espacio más reducido de nuestras vidas, la ley del talión -ojo por ojo, diente por diente- tiene carta de ciudadanía. En no pocas situaciones se anidan en nosotros resentimientos, los que empezamos a "masticar" una y otra vez. Esto sucesivamente se transforma en rabia, deseos de venganza y lamentablemente se ve reflejado en acciones que distan mucho de cualquier vivencia del amor.
A "contracorriente" Jesús nos hace corresponsables de su misión "medicinal" -quiere que el que ofende sane su corazón- y "redentora" -porque quiere que quien nos ha herido también se convierta y viva-. De ahí que la propuesta de Jesucristo es revolucionaria. Propone amar a los que el mundo nos dice que no vale la pena; propone integrar a la comunidad a quien se nos empuja a marginar en las periferias, y nos exhorta a tratar como a un hermano a quien debería ser considerado un "paria".
La revolución del amor, suscitada y agitada por el Señor, nos provoca a mirar desde su ángulo, recordándonos que el enemigo espera y necesita del amor de Dios -aunque no lo sepa- y que debemos salir a su encuentro. Para logar esto, se exige de nosotros una actitud en "salida" que, lejos de una existencia ahogada en los propios "rollos" personales, es capaz de salir al encuentro del hermano para amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas.
Finalmente, una cosa más: esta actitud "en salida" pedida por Jesús se hace posible y sustentable cuando el corazón está unido al Señor. La fe y la hondura espiritual, la relación con Cristo y el encuentro permanente con Él hacen que este amar al enemigo no sea, en primer lugar, una acción voluntariosa ni un marketing de una bondad utilitaria ni una simple acción paternalista, sino que sea un acto profundamente religioso que compromete integralmente a la persona. Porque creo en Dios soy capaz de amar -y de verdad- a quien nadie quiere. Esa es la cuestión definitiva.
"Traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes".(Lc. 6, 31)