El título
Los revolucionarios lo intentan de nuevo , que corresponde a la primera novela del ecuatoriano Mauro Javier Cárdenas, es sarcástico en grado sumo, pues nada encontraremos en ella que se acerque a describir un cambio político ni una insurrección en ese atribulado país. Por el contrario, lo que se expone en el libro apunta a una corrupción endémica, un sistema de castas, un fraccionalismo que a la postre, solo beneficia a unos pocos, ya que el 60% de los habitantes de esa nación vive en la pobreza. El autor sabe lo que es una ficción pues nunca nos proporciona datos, estadísticas o informes, sino que son sus propios personajes quienes van hilvanando historias que confirman lo que parece ser la crisis sin salida que padece Ecuador. Y situados como están, casi siempre en las altas esferas del Estado, lo hacen mediante reflexiones biográficas, esbozos de conversaciones o contando episodios con una fuerte dosis de cinismo, en medio de una acción que abarca las tres pasadas décadas al interior de los partidos que han asaltado a la administración pública para su beneficio personal.
Un problema serio de
Los revolucionarios... reside en el enredado procedimiento narrativo que emplea Cárdenas, caracterizado por una abrumadora cantidad de recursos estilísticos, por lo que a ratos se hace difícil penetrar en la espesa madeja de esta intriga. Entonces tenemos monólogos interiores, saltos cronológicos, puntos de vista opuestos, uso indiscriminado del flujo libre de la conciencia y muchos otros de modo que, a primera vista,
Los revolucionarios... podría resultar un texto impenetrable. Y en gran medida, esto se debe a que en lugar de escribir de una manera relativamente accesible, Cárdenas nos entrega decenas de páginas sin puntos seguidos, con signos ortográficos arbitrarios, mediante períodos erráticos, carencia de diálogos, incluso frecuentes alteraciones tipográficas, de modo que enfrentamos una masa prosística compacta indiferenciada y atemorizante para el lector de hoy: si abrimos el volumen en cualquier parte, hallaremos algo que parece denso en extremo, aun cuando se trate de situaciones comunes y corrientes y que pudieron haberse compuesto en forma harto más directa y sencilla. Sin embargo, superadas esas trabas,
Los revolucionarios... puede llegar a ser un relato muy atractivo, incluso apasionante al dar a conocer una realidad de la que poco o nada sabemos.
Los protagonistas principales son Antonio y Leopoldo: ambos están presentes a lo largo de todo el ejemplar. El primero proviene de una ramificada familia de Guayaquil, que ha sufrido numerosos altibajos, recordados por Antonio una y otra vez, sobre todo el procesamiento de su padre por malversación y el exilio en Panamá.
Los revolucionarios... comienza con su regreso desde Estados Unidos tras doce años de ausencia, lo que lo marcó para siempre e hizo posible una destacada, si bien discutible carrera académica. El motivo de su retorno es el llamado de Leopoldo, quien será candidato presidencial y en caso de ganar las elecciones, lo colocará en un alto puesto gubernamental. Ambos estudiaron en el colegio San Javier, dirigido por jesuitas de orientación progresista, encaminada a favorecer a los desposeídos, lo que, huelga decirlo, cayó en oídos sordos en los dos amigos. Además, Antonio ha adquirido gustos altamente refinados y en este aspecto,
Los revolucionarios... mezcla con naturalidad la alta cultura -en música, pintura, literatura y otras manifestaciones artísticas-, con la cultura popular, a saber el rock, los ritmos de moda, las teleseries, las marcas y otros distintivos. En verdad, Leopoldo y Antonio, en especial el primero, son voces que se entremezclan con las de muchísimos otros actores, lo que otorga a
Los revolucionarios... el carácter de un vasto friso humano que revela la laberíntica estructura y la estrecha interrelación que sería un rasgo predominante en la patria de Cárdenas: todos se conocen, todos están vinculados por matrimonios, todos comparten pecados o delitos, todos saben al dedillo lo que ha sucedido con unos y otros, hasta el punto en que es imposible determinar la responsabilidad que les cabe en la confusión y el sinsentido reinantes.
Aun así, hay gente decente e idealista que puede resumirse en dos nombres y una pareja entrañable: Rolando y Eva, cuyas trayectorias son intachables. Decididos a mejorar el panorama, instalan la radio "Nuevo Día", que hace participar a la comunidad en asuntos que a todos conciernen y que, al menos al principio, tiene un éxito inusitado, porque acuden a sus programas ciudadanos que verdaderamente necesitan expresarse. Ni Eva ni Rolando están de acuerdo en sus propósitos, por más que los une el genuino deseo de compartir las pellejerías de los desheredados. Rolando posee una visión apocalíptica de los acontecimientos y su formación e intereses, de acusada ideología marxista-leninista, favorecen una programación radical y violentista. Eva, por su parte, nunca ha creído en lo que considera patrañas o consignas simplistas y hace mucho tiempo que ha llegado a la conclusión de que la guerrilla, el castrismo y el foquismo del Che Guevara, han terminado por generar a bandas armadas criminales, a escuadrones paramilitares, a las maras y a tantas otras agrupaciones que han sembrado el caos o lisa y llanamente, el terrorismo. Así, estos héroes más bien anónimos, demuestran que pasan cosas en la mitad del mundo.