Nunca falta alguna queja que agregar a la comida de aviones, como la que el pesado carrito con las dichosas bandejas, empujado por una "miss" que tiene, además, que cargar con el peso de su propio maquillaje, se detiene siempre en la fila anterior, o en la posterior, y prosigue después su viaje en la otra dirección, saltándoselo a uno.
Pensando en alternativas, existió antaño la del barco. Nada: son famosos los escarceos entre los pasajeros y el capitán de las naves de la Pacific Steam Navigation Company (PSNC), que frecuentaba nuestras costas, sobre la calidad del rancho de a bordo: se quejaban los pasajeros, escribiendo a hurtadillas en la cubierta de primera clase, "Pésimas Son Nuestras Comidas", a lo que el capitán, enfurecido, respondía garrapateando en alguna otra pared "Pasajeros Ser Nunca Contentos". La dúplica de estos decía con resignación "Peor Sería No Comerlas"... Hoy, claro, existen unas flotantes monstruosidades de doce pisos adonde la gente ingresa no para viajar a parte alguna, sino para darse vueltas mar afuera solo para comer y comer sin tasa ni medida. Una hermana nuestra que anduvo una semana en uno de esos "cruceros" y se bajó como con diez kilos de más.
Por eso sostenemos que hay dos modos ideales de viajar sin inconvenientes culinarios: la lengua, para viajar en el tiempo, y la alfombra mágica, para desplazamientos en el espacio. La lengua tiene una potencia irresistible, sobre todo si se considera que está íntimamente asociada con la nariz: véase, no más, el caso de Proust, que al oler y gustar la "madeleine" mojada en el té retrocedió instantáneamente (así es de ágil el asunto) en muchas décadas, hasta cuando veraneaba con su tía "Leonie". Estos viajes son de los más maravillosos que se puede emprender en este valle de lágrimas, sin más esfuerzo que tener bien atentos los morros y cerrados los ojos.
La alfombra mágica, reconocemos con vergüenza, no la hemos usado nunca todavía. Lo más cerca que nos ha tocado ha sido la "clase business" de un par de líneas que nos han invitado: en una de ellas nos sirvieron champán desde antes de sentarnos hasta que desembarcamos, sin efectos adversos de ningún tipo; y en la otra, catamos los mejores oportos del orbe sin más que pedirlos. Pero, contando con la buena voluntad del genio que sopla y pilotea estas alfombras, se podría pensar incluso en una enorme bandeja de cuscús bien guarnecido de cordero, haciendo su gracioso equilibrio sobre una ondulante Shiraz.
A propósito, hete aquí carnecita árabe de cordero.
Brochetas marroquíes de corderoCorte en cubos 1 k pulpa de cordero. Mezcle en un bol con ½ k cebollas chicas en cuartos, 8 tomates en cuartos, un atado de menta y uno de perejil picados, aceite de oliva, pimienta, sal. Revuelva todo, marine 2 horas. Ensarte los ingredientes, alternados, en brochetas y grille 5 minutos.