Los comentaristas no lo tienen fácil y los de televisión, menos que ninguno.
Ahora empezó el año futbolístico y las cosas se asentaron, pero la poda y recambio que realizó el CDF fue una prueba del mundo en que se mueven los comentaristas, relatores y puestos de cancha.
En las redes sociales, durante días y por semanas, hubo festín para celebrar no a los recién llegados, por cierto que no, sino que para festejar por los echados y el común denominador fue cruel e impiadoso.
Conformes con la cesantía y el sobre azul, porque se lo merecían.
Unos por ignorantes o tendenciosos, otros por apitutados o flojos, los de allá por viejos y los de acá por jóvenes y siempre porque no saben ni analizan y no tienen idea de fútbol. O bien porque son de carácter timorato, temperamento colérico o personalidad pagada de sí misma. O no les gusta como visten o afeitan y quizás les disgusta el origen social. Aborrecen sus opiniones, demuelen su trayectoria y menosprecian su currículo, porque son 20 años hablando tonteras, 30 estupideces, 40 de inutilidad o medio siglo perdido.
Como maná tupido, negro y ácido.
Como si una horda estuviera esperando al fondo de la cueva, suplicando para que sucediera, rogando desde hace años, más de alguien habrá hecho una manda, rezando con devoción y pidiendo lo mismo. Y cuando ocurrió, salieron, escribieron y celebraron.
Una alternativa es que para muchas personas es insoportable que a alguien le paguen por comentar fútbol. El que critica con dureza y sin piedad por las redes sociales, seguramente siente que él lo hace mejor, pero eso nadie lo sabe. Y además no le pagan.
Es un cuadro de injusticia que no cuesta nada que se convierta en un trono de sangre, porque los únicos comentaristas buenos son los muertos, jamás los vivos.
Cuando ven las cabezas rodando no cubren sus ojos ni claman al cielo, al contrario, las pisan y patean. Se las pasan de taquito, les dan de puntete, revientan lo suelto, desprenden lo que queda y los muelen en la hora del adiós, que bien puede ser un hasta luego, porque a nadie le falta Dios y está el cuarto del lado, la radio del frente o el canal de turno.
Está la alternativa, entonces, de la verde envidia.
Seguro que hay otras y a lo mejor más profundas y precisas, pero también más oscuras y se trata simplemente de violencia, rabia y deseos de dañar.
Algo que está en las raíces humanas y que aflora con el fútbol: un instinto animal de la peor especie que devora al caído y arrasa con el herido.
Los comentaristas de todos los tipos, de mejores a peores, saben perfectamente que afuera los están esperando. Esperando que caigan y queden al descampado y más débiles. No hay novedad. Los que llevan años lo saben mejor. Esa es la gracia de la experiencia. Maldita experiencia.