Esta es una película absorbente desde sus primeras imágenes: un hombre y un niño robando en un supermercado con los guiños y la perfección de los profesionales. No es solo la situación: es la manera de filmar de Kore-eda, su forma japonesa de encuadrar los cuerpos y los rostros (esa oblicuidad para presentarlos que sugiere que no todo está dicho en las apariencias, al modo de los grandes precursores, Ozu, Kinugasa, Naruse), que invita, casi empuja, a interesarse en esas vidas singulares.
El hombre, del que solo después sabremos que se llama Osamu (Lily Franky), y el niño Shota (Jyo Kairi) regresan con su botín a la casucha donde se arraciman con la abuela (la gran Kirin Kiki), la "tía" Nobuyo (Sakura Andô) y la joven Aki (Mayu Matsuoka). Pero en el camino se cruzan con la hambrienta Yuri (Miyu Sasaki), una niña de 5 años expuesta a una noche gélida de invierno.
Kore-eda se esfuerza en filmar al grupo en los lugares más estrechos, empezando por el sucucho donde viven. Se acerca a sus gestos, sus actitudes, incluso sus sentimientos, sin agregar mucha información: la sola cercanía de los cuerpos, la estrechez del espacio, expresa algo intrigante acerca de ellos. El espectador está abandonado a suponer mucho de lo que hay en ese cuarto.
Todos son ladrones. También son trabajadores en empleos infames y, por sobre eso, siguen una moral del delito: "Todo lo que está en una tienda no pertenece a nadie aún", dice Osamu, con su crujiente autoridad de hombre mayor. Esa ética de la oportunidad tendrá su hora. Pero antes que eso, cuando descubren que la niña Yuri es buscada por sus padres, el delito se suspende y la familia se cierra para protegerla con sus mínimos recursos. Pero... ¿son una familia? ¿Cuáles son los vínculos entre ellos? ¿Es cada uno lo que parece?
Kore-eda hace estallar una película que por minutos parece miserabilista para convertirla en una poderosa exploración de lo que llamamos familia, los vínculos que unen y desunen a los seres humanos, lo que queda una vez que la hojarasca de la supervivencia desaparece. Y en ese punto, ¿qué es la familia: cariño, traición, abandono, reconciliación, todo eso junto?
Después de Ozu, a quien reinterpreta de una manera a la vez desafiante e imaginativa, ningún cineasta ha ido más lejos que Kore-eda en la persistente, obstinada exploración de las relaciones filiales hasta sus significados más profundos, en la zona donde se pierden hasta las palabras y queda solo la imagen, el cine en su cénit. Y tras las notables Después de la tormenta y La hermana pequeña ha producido, como parecía inevitable, una película sencillamente enorme.
MANBIKI KAZOKUDirección: Hirokazu Kore-eda.
Con: Kirin Kiki, Lily Franky, Sakura Andô. 121 minutos.