Todo es discutible, pero la derrota de la candidatura de Santiago a los Juegos Panamericanos de 2019 es quizás el mayor bochorno del deporte nacional en democracia. En este diario lo explicó Gustavo Benko en octubre de 2013, en una notable entrevista de Antonio Valencia, donde reveló los detalles de la renuncia a los Juegos de Santiago 1987.
En esa nota, el ex timonel del Comité Olímpico de Chile entregó un dato clave: los organismos deportivos internacionales consideran de pésimo gusto la intromisión de los gobiernos (no de los Estados) en sus megaeventos, en especial cuando desplazan a las instituciones que los representan.
El recuerdo surge a partir del improvisado anuncio en la cuenta de Twitter del Presidente de la República, oficializando la candidatura de Chile al Mundial de 2030, junto a Argentina, Uruguay y Paraguay. Al parecer, los asesores de Sebastián Piñera olvidaron el papelón de Toronto, cuando se dio por ganada una sede obviando los protocolos y tradiciones del mundo olímpico.
En esta ocasión el decorado es muy similar y llama la atención que un tema de tanta relevancia se comunicara en una red social, sin la presencia de la Federación de Fútbol de Chile, la encargada de postular. Sonó a cortina de humo en un momento donde la agenda noticiosa venía cuesta arriba, con un hecho de extrema gravedad, que pasó inadvertido para los grandes medios: el secuestro por algunas horas del director de obras de la Municipalidad de Antofagasta.
Para tomar en serio la proclama del Presidente faltó sustento y una puesta en escena acorde a las circunstancias. Se requería la presencia del presidente de la ANFP, Sebastián Moreno; del presidente del COCh, Miguel Ángel Mujica; la Ministra del Deporte, Pauline Kantor; los embajadores de los países involucrados e incluso la invitación a los extimoneles del fútbol local. La precariedad del planteo se refleja cuando el mandatario menciona partidos que se disputarían en suelo local y su desconocimiento de las exigencias en la infraestructura de una Copa del Mundo.
Si el proyecto exhibiera un trabajo de fondo, el Presidente Piñera debió incluir un nuevo gran estadio para Santiago. A once años de la Copa del Mundo, los plazos se acortan si pensamos en un recinto para 70 mil espectadores, con estándar del siglo XXI. Más aún cuando la realidad nos muestra que hoy, en la capital, es casi más fácil construir una cárcel que un estadio...
Nadie está en contra de la organización de un Mundial de fútbol. Es de necios oponerse. Este tipo de propósitos encierran un carácter nacional y unificador. El fútbol chileno dio un salto cualitativo en 1962, generándose el mayor impulso de la actividad desde el inicio del profesionalismo. Por eso, un asunto de esta relevancia merece respeto.
Si soñar es gratis, un estadio en el Parque O'Higgins, generando un gran polo de desarrollo deportivo, aportaría además a la industria del entretenimiento explotada en el Movistar Arena. A esta altura, Santiago necesita con urgencia un campo deportivo de última generación.