Aunque pueda parecer contrario al sentido común, el paisaje, al menos en Occidente, supone una sensibilidad cultivada que se generaliza en Europa solo a partir del siglo XVII. La contemplación de la naturaleza en cuanto "paisaje" supone no solo una sensibilidad personal, sino que está mediada por una construcción cultural. Así, la forma, la riqueza, los matices y la intensidad del valor que se le otorgue a un fragmento de la naturaleza por el solo hecho de existir... para decirlo en términos más antiguos, la capacidad colectiva de apreciar la belleza de la naturaleza no es un don que crezca y actúe de modo automático, espontáneo y de suyo, y sin mediaciones. Es posible ser insensible o ciego al paisaje, es posible desarrollar una cultura tosca en que la posibilidad de relacionarse con la naturaleza en cuanto paisaje, de un modo desintegrado, no útil, se sacrifique completamente a otros objetivos pragmáticos.
Chile, lo sabemos, tiene una riqueza gigantesca en cuanto a diversidad geográfica, complejidad y pureza. Pero la cultura, que es la que convierte esa riqueza física en paisaje, es tristemente pobre.
La destrucción de nuestro entorno natural sigue siendo la norma en nuestro país, como si para la mayoría de nuestra sociedad la fealdad o belleza de lo que la rodea fuera indiferente.
A ratos, ahora en verano, las personas se detienen y admiran un rincón que las deslumbra, pero es como si existiese una disociación mental, y esas mismas personas en su vida cotidiana o en su trabajo realizan conductas que directa o indirectamente hacen cada vez más escasa o minoritaria la posibilidad de disfrutar de esos momentos. Esa disociación emerge de una falla en nuestra cultura, porque, no obstante la retórica, Chile no es una sociedad que cultive el paisaje. Eso se advierte a cada rato, en todas las instancias, en todos los segmentos sociales. Es una simplicidad atribuir tal ausencia de una sensibilidad paisajera a una cultura que es fruto del "capitalismo neoliberal", convertido ya en el chivo expiatorio de todos nuestros problemas. La pobreza de cultura del paisaje es bastante remota y solo a fines del siglo XIX, en el sector más ilustrado del patriciado santiaguino, empezó a emerger una sensibilidad estética frente al paisaje, la cual, entre otras consecuencias, dio lugar a un predominio del género paisajístico en la pintura nacional que duró décadas.
Otra vez el tema vuelve sobre la educación. La cultura ha estado siempre enlazada con la educación; en este caso, con la educación estética. La conservación, creación y enriquecimiento de una mirada rica en paisaje pende hoy de una educación que le da la espalda a la contemplación de lo bello.
La capacidad colectiva de apreciar la belleza de la naturaleza no es un don espontáneo.