En la Universidad de California, UCLA, las calificaciones se asignan en forma "relativa" . Los mejores alumnos obtienen las notas más altas -los sietes y los seis-, mientras que a los de menor desempeño se les dan los cincos y los cuatros; algunos, incluso, son reprobados. Un reglamento de la facultad establece que a lo más 45% de los estudiantes pueden obtener las dos calificaciones más altas (lo que en Chile sería siete y seis).
Todos los años, al empezar el trimestre, les pregunto a mis estudiantes qué mecanismos sugieren para asignar las notas. Les explico que este es un problema clásico en la Teoría de Decisiones.
Por ejemplo, podemos usar un sistema arbitrario. Alumnos con apellidos que empiezan con cierta letra obtienen las buenas notas. Otra alternativa es el criterio de "necesidad". Quienes "necesitan" una buena nota para no quedar con "matrícula condicional" recibirían los seis y los sietes.
También podemos usar un criterio económico, y vender las notas. Cada estudiante haría una oferta monetaria, ofertas que serían ordenadas de mayor a menor. Al llegar al 45%, haríamos un corte, dándoles los seis y los sietes a los que están dispuestos a pagar más. Al llegar a este punto, les explico que este es el método favorito de los economistas para asignar recursos. Quienes están dispuestos a pagar más son quienes más valoran el bien escaso, y quienes mejor uso harán de él.
Otra posibilidad es racionar las notas de acuerdo a cuánto tiempo los estudiantes están dispuestos a esperar frente a mi oficina. Los que llegan primero, muy temprano por la mañana o durante la noche anterior, tienen seguridad de sacar un seis o un siete.
También, explico, podemos usar una tómbola, y asignar las calificaciones en forma aleatoria, como en un casino.
Finalmente, cuando los estudiantes ya están impacientes y nerviosos, digo lo obvio: quizás debiéramos distribuir este 45% de buenas notas entre aquellos con mayores méritos, entre los que estudian más, entre los que asisten a todas las clases y toman notas en forma diligente, entre aquellos que participan en las discusiones dentro del aula, entre los que tienen un mejor desempeño en los exámenes.
He repetido este ejercicio durante más de 20 años. Nunca, en todo este tiempo, ni un solo alumno ha sugerido un método diferente al mérito. Ni tómbolas, ni mecanismos de mercado; menos aún métodos arbitrarios. Esta es un área donde, obviamente, el procedimiento a usar debe estar basado en el esfuerzo que cada estudiante realiza en la asignatura.
Pero esto no significa que "el mérito" sea siempre el mejor método para resolver el dilema de cómo asignar recursos escasos.
Hay situaciones donde lo justo y adecuado es usar lo que los expertos llaman una "lotería", y que en Chile despectivamente ha sido llamada una tómbola. Un ejemplo es la conscripción durante épocas de guerra. Este tema lo enfrentó Estados Unidos durante la guerra de Vietnam. En los primeros años solo muchachos provenientes de familias pobres eran enviados al país asiático. Quienes estaban en la universidad podían postergar la conscripción, y al graduarse eran considerados demasiado "viejos" para empezar el entrenamiento.
Políticos de todos los ámbitos -demócratas y republicanos- concluyeron que este era un sistema enormemente injusto. En diciembre de 1969 se estableció una lotería para decidir quiénes, entre los varones de 19 años, irían a la guerra. En este caso no se trataba de asignar un bien o servicio deseable. Se trataba de todo lo contrario: elegir quiénes servirían a su país en misiones peligrosas, en las que arriesgaban sus vidas. Este sistema funcionó hasta el final de la guerra de Vietnam, y la eliminación del servicio militar obligatorio.
Lo anterior señala algo que debiera ser obvio: asignar bienes escasos es un problema muy complejo. No hay un método universalmente adecuado que funcione bajo todas las circunstancias.
El debate sobre la selección de estudiantes en el sistema de educación pública en Chile ha tendido a ignorar este punto central. Distintos sectores han tomado posiciones extremadamente ideológicas. Con muy pocas excepciones -entre las que destaca, por su claridad e inteligencia, Sylvia Eyzaguirre-, el debate ha sido extremadamente pobre. El Gobierno ha aprovechado políticamente el descontento de las familias que no logran su primera opción, y la oposición ha recurrido a todo tipo de exageraciones para denostar a la ministra Marcela Cubillos.
Es hora de tomar este asunto en serio, de discutir de buena fe, de considerar opciones intermedias y creativas, de pensar en el futuro de nuestros niños, y no en los pequeños triunfos de política contingente.