Desde que se confirmó a Chile como sede del Mundial de 1962 escuchamos decir que se trataba de una "oportunidad única", pues podrían pasar "cien años antes de poder ser sede nuevamente".
Pasados algunos años y algunos mundiales (Inglaterra 66, México 68), personalmente me pareció que esa segunda oportunidad no la tendríamos jamás. Y ese parecer se fue transformando en certeza a medida que la Copa del Mundo crecía desmesuradamente, transformándose en el gran espectáculo mediático y comercial que es hoy. Obviamente, no había considerado que podría transformarse en un espectáculo binacional (Corea-Japón) y menos multinacional, como se plantea ahora con la propuesta fusión de Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile. Por cierto, no podíamos no estar en el grupo, siendo como somos, fundadores de la Confederación Sudamericana, ideadores de la Copa Libertadores, del Campeonato Sudamericano de la Juventud, organizadores del primer Mundial en América y de cuanta cosa pueda desarrollarse en el cerebro deportivo humano.
Y esto sería para el Mundial de 2030, o sea, ¡antes de cien años del de 1962! ¿Cómo nos encuentra ahora el desafío? Concedamos, para empezar, que el ser una organización compartida no hace menor la exigencia. Este mundo es distinto al de hace medio siglo y más. Y somos distintos todos, incluidos los chilenos.
En aquel entonces el Mundial era un desafío de todos y cada uno. Así lo sentíamos, pues éramos orgullosos de ser chilenos. No había trizaduras en nuestra organización social o eso creíamos. En general éramos bastante inocentes, rayando en la gileza. Creíamos hasta en nuestros políticos (y los había honrados). Y en nuestros policías, nuestros curas y los gordos del gas.
En estos días, coorganizar un Mundial no nos une. Las voces en contra resuenan por las redes sociales. Que primero están los incendios, las inundaciones (que van a ser peores en el 2030...), la educación, la atención a los inmigrantes, la salud, la infancia y la tercera edad, la limitación del número de parlamentarios y de automóviles.
Hay más. Hoy las cantidades a invertir en un Mundial son enormes (entre 2.000 y 4.000 millones de dólares por país), que necesitamos para satisfacer otras necesidades, se nos dice. En 1962 el país sacó adelante su Mundial aunque la mitad del territorio estaba en el suelo después del terremoto histórico y el fútbol contribuyó con un impuesto a "la reconstrucción del sur" que se extendió por muchos años más allá de aquella reconstrucción. Cualquiera pensaría que entonces era más difícil organizar un torneo de esa envergadura. Pero se hizo y con reconocido éxito.
En lo competitivo, aquella vez fuimos terceros y logramos, por sobre todo, una ganancia en profesionalismo de nuestros futbolistas con Fernando Riera, un fenómeno recién repetido recién 60 años más tarde con Marcelo Bielsa. ¿Cómo estaremos en el 2030? Para entonces no podrán seguir con la cantinela de que "la generación dorada será la base del seleccionado". ¿Cuál será en 2030 la tendencia política del gobierno? ¿Habrá mundiales de fútbol aún?
Puras preguntas.