Hace unos días, cuando me despedían mis feligreses por mis vacaciones, les decía que este tiempo podía ser una inversión para ellos.
De los varios consejos que recibí, una señora me decía: "Padre, descansando, cerca de la naturaleza, sin trabajo, podrá rezar mejor y tener más presencia de Dios".
Leyendo el evangelio de hoy y haciendo examen de mis vacaciones reales, me preguntaba: ¿Es efectivo eso?, ¿es verdad que en vacaciones, al alejarme de mi trabajo habitual, tendré más tiempo para el Señor?
La idea de que el trabajo -intelectual o manual, rentado o fruto de la caridad como un voluntariado- es en la práctica un obstáculo para acordarse de Jesús y tener presencia de Dios, va en retirada. Es una idealización de la vida religiosa y contemplativa -ellas y ellos también trabajan- y una concepción errada del trabajo que se menciona en el Génesis. Nuestros primeros padres están en el Paraíso, es decir, junto a Dios, trabajando: "Dios los bendijo; y les dijo: 'Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla'" (Génesis 1, 28).
En el evangelio de hoy, Pedro y otros apóstoles nos dirían: "Yo no me encontré a Jesús en la sinagoga o en el Templo de Jerusalén, fue en mi lugar de trabajo. Es más, en un mal día, donde no habíamos pescado nada" -"Estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, se encontraban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra" (Lucas 5, 1-3). Y algo muy parecido escucharíamos de Santiago y Juan, "hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón" (Lucas 5, 10).
Con esto no quiero decir que en el silencio de la Iglesia, o en la soledad de una capilla no podamos encontrar a Jesús; lo que quiero afirmar que el trabajo no es un impedimento. El ejemplo mismo de Jesús, que durante casi treinta años se dedicó a un trabajo duro -pero lleno de alegría- en el taller de Nazaret, con María y con José, muestra con evidencia que el Señor cuenta también con nuestro trabajo para colaborar en la salvación del mundo y la ayuda a los demás.
Es posible transformar cualquier profesión, actividad honrada o encargo, en oración, en un servicio al prójimo.
La vida real nos muestra que un tiempo sin un trabajo formal con obligaciones y horarios, de por sí no me garantiza más presencia de Dios. Es más, como son unos días "menos ordenados", con imprevistos, visitas, salidas, etc., nos sorprendemos escuchando: "mamá, hoy nos olvidamos de bendecir la comida...", "este domingo no alcanzamos a ir a Misa porque...", "es cierto, ya es muy tarde para rezar...", "pero ¿cómo, ya son las 20:00 horas?..." y así otras muchas situaciones.
Estos días de descanso, que ojalá tengan todos, efectivamente son una gran oportunidad para estar con la familia, conocer más a los hijos, hacer deporte, leer un libro... y para amar más al Señor.
Decía un autor que no se hace oración cuando se tiene tiempo -cuando no hay trabajo-, sino que se toma el tiempo para hacer oración. En este contexto, podríamos decir que "hay que trabajar" las vacaciones, haciendo de ellas una gran oportunidad para conocer y tratar más a todas las personas que queremos.
Los apóstoles nos dirían: tener a Jesús en el trabajo -y en vacaciones- da mucho fruto: "Hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse" (Lucas 5, 6). Esto se vuelve a repetir en cada uno de nosotros cuando reconocemos que "hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir" (San Josemaría, "Amar al mundo apasionadamente").
No esperemos jubilarnos para estar más cerca de Dios, no somos ángeles pero ellos nos dan buen ejemplo. Al mismo tiempo que cumplen con sus encargos y misiones, no dejan de estar en presencia de Dios: "¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!" (Isaías 6, 2-3).
Somos hombres y mujeres, hijos de Dios, que en esta aventura maravillosa "o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca" (San Josemaría, "Amar al mundo apasionadamente").
"(Jesús) dijo a Simón: 'Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca'. Simón replicó: 'Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada'. (...) Así lo hizo y atraparon tal cantidad de peces, que las redes se rompían. (...) Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: '¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!'. (...) Entonces Jesús le dijo: 'No temas; desde ahora serás pescador de hombres'. Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron". (Lc. 5, 4-6; 8; 10-11)