Antiguamente, las viejas, repositorios de sabiduría, decían: "¡Que no haya novedad!".
Hoy, cualquiera va a una agencia a contratar ¡"turismo de aventura"! ¡Válganos! Cincuenta años atrás, uno buscaba itinerarios garantizados, fechas de partida y llegada claras, reserva de hoteles aseguradas. Que todo fuera "mar feliz y viento en calma", como en aquella obertura de Mendelssohn.
Es que los ejemplos de desventuras eran frecuentes y recientes. Cuando los tatarabuelos de usía emprendieron desde Panamá el "turismo aventura" que los llevó hasta el Cusco, hicieron un viaje por mar suficientemente aventurado como para hacer morirse a la mayor parte de los turistas -y no de gusto, sino que de hambre-: cuentan las crónicas que, por las costas ecuatoriales, se perdieron en enormes manglares, donde perecían caballos y caballeros como si nada. Como no hay mal que por bien no venga, el problema alimenticio disminuyó, en parte, con el fallecimiento de los rocinantes; pero, agotada la carne de estos, recurrieron los viajeros a comerse las monturas y riendas, que cocían en agua por horas y horas para ablandarlas -sin mejora del sabor, por cierto-. Al final, devoraban unos camaroncitos de tentadorísimo aspecto, que les causaban unas diarreas portentosas: como resultado, muchos "se fueron con gran furia", según expresión que usaría más tarde el Padre Ovalle, para describir lo que ocurría con los incautos que se atiborraban con el desopilante fruto del molle.
Los que exploraban partiendo desde el Atlántico e internándose por el Paraná hicieron también un turismo aventura que hoy sería de lo más apetecido, aunque las hambrunas los hicieron comerse, incluso, a los desgraciados que, por causas ajenas a su voluntad y un poco de ayuda eutanásica, pasaban a mejor vida: al cabo, todos en el "
tour" se miraban unos a otros más como ingredientes que como "compañeros de ruta". Por lo demás, estas dificultades coquinarias han sido frecuentes hasta tiempos muy cercanos a los nuestros: en las
Aventuras de A. Gordon Pym, Edgar Allan Poe cuenta cómo los expedicionarios echaron a suertes, con palitos largos y uno corto, quién habría de ser materia prima del próximo "
roast beef": resultó ser
Parker el del palito corto, por lo que, hecho fallecer con todas las bendiciones y desechados manos, pies y cabeza, el resto del míster quedó de lo más sabroso, luego de un magistral adobo ejecutado por el cocinero con llorosa gula.
Los japoneses, a partir de unos pocos ingredientes típicos de náufragos, hacen maravillas. Pero hoy va un plato japonés de higaditos fritos de pollo, "mahmejol".
Kimo no tsukeage
Corte ½ k de higaditos de pollo en rebanadas de 1 cm de grosor. Mezcle 2 cdas. de salsa de soya con 2 de pisco. Agregue el jugo, exprimido, de 1 trozo de jengibre rallado de 1 cm. Marine en esto la carne durante ½ hora. Espolvoree todo con 2 cdas. de maicena, mezcle y vaya dejando caer porciones al aceite, cocinando 2 min. Escurra. Sirva.