Algunos andan en moto, otros tantos en bicicleta; todos se distinguen por una protuberante mochila térmicamente aislada y de colores rutilantes, en donde llevan algún deseo imperioso: una orden de hamburguesas, un kilo de limones, un paquete de aspirinas. No se supone que deban estar en ninguna parte en concreto, sino deambulando en la ubicuidad de la red de datos, a disposición de la voluntad caprichosa de un usuario. Sin embargo, se agrupan en los retranqueos, frente a los portones cerrados, a la sombra de los edificios, esperando que suene la alarma de la
app. La ciudad no es una abstracción neutra y no es difícil elucubrar dónde hay más posibilidades de tomar un pedido, por lo que los intermediarios tienden a aglutinarse y, como un coágulo de rebelde humanidad, se corporeízan en la ciudad desafiando la invisibilidad del sistema.
Se cruzan en las pistas, se suben a las veredas, como mercurios inconscientes y torpes, burlando fugaces a la desgracia varias veces al día. Su aparición apenas roza la presencia y no les alcanza siquiera para conformar una nueva clase trabajadora.
Las precariedades asociadas al oficio apenas escandalizan, porque se trata de ocupaciones supuestamente temporales, apropiadamente vestidas de oportunidad para todos. Habitantes del intervalo, sus existencias carecen de un tiempo suficiente para forjar una historia. Conscientemente autodespojados de su categoría y de sus derechos, apenas se vuelven visibles en el espacio urbano.
Las nuevas formas de comprar generan nuevas economías, nuevos mapas de oportunidades, y de desamparos. Pronto, en los supermercados, se verán más intermediarios haciendo pedidos que clientes directos. Todos con el celular pegado a sus cabezas, uniformados, como si fueran empleados de algo más concreto que la persona al otro lado de la línea. Algún día nos superarán en número y se volverá realmente sensato tercerizar en profesionales del oficio la competencia por la palta madura o la caja más desocupada.
Quizás entonces, cuando dependamos completamente de los intermediarios, podremos esquivar por completo el espacio de la ciudad y finalmente, dejaremos de verlos.