Como me subí al taxi cuando el programa radial ya se había iniciado, no supe a qué gastos se estaba refiriendo ni en qué período se habían realizado. En todo caso, no se trataba de la remuneración que recibe cada senador por el ejercicio de su alta función pública, sino de otros gastos adicionales. El periodista o locutor iba mencionando el nombre de cada senador y el monto de los gastos y, a la vez, señalaba que había intentado en vano comunicarse con ellos para que le explicasen cómo justificaban esos desembolsos. Al final, un senador sí respondió el llamado. Era el que había gastado menos, unos modestos 186 millones de pesos. El resto superaba los 200 millones, algunos ampliamente.
El senador, al teléfono y al aire, se notaba relajado, simpático, dicharachero, una muy buena persona desde luego. Pensaba, mientras percibía cómo lentamente iba perdiendo su aplomo inicial, que quizás resultaban injustos estos cuestionamientos, porque lo que el locutor sugería, muy de soslayo, era que estos gastos servían para pagar favores políticos sobre la base de falsas asesorías. Por momentos pensé que el pobre senador era incapaz de improvisar una mínima defensa y llegué a sentir pena, aunque el periodista, digámoslo, nunca lo presionó, dado que, a fin de cuentas, había sido el único que había dado la cara y era el que, aunque la cifra era alta, había incurrido en el menor gasto. "¿Dígame, senador, cuál es la receta para gastar menos?". "¿No cree usted que sus colegas han gastado demasiado?". "¿Acaso los dineros públicos se gastan más fáciles que los propios?".
Sin embargo, me di cuenta de que las divagaciones senatoriales no eran muestra de incapacidad, sino, al contrario, de astucia política de vieja cepa. Así, a medida que el viaje avanzaba, la figura del senador se fue engrandeciendo. Puesto en esta situación incómoda, fue capaz de hablar largamente sin jamás responder a ninguna pregunta. Al contrario, me admiré de su deliciosa habilidad para, entre broma y broma, convertir las preguntas en oportunidades para recordar su larga trayectoria de servicio público, la bondad de los proyectos de ley que gracias a su iniciativa se habían aprobado, la importancia y conveniencia de los que estaba diseñando y estudiando, su vida política, "desde hace 50 años", puesta cien por ciento al servicio de la comunidad y apartada de las camarillas partidarias. "Soy un hombre solo", dijo en un momento, y confieso que casi me emocioné y lo imaginé en una choza remota.
Cuando bajé del taxi, el senador seguía hablando holgadamente, ya dominando la conversación con la seguridad de que no tendría que referirse ni a una pizca de esos escuálidos 186 millones gastados. ¡Qué tema tan vulgar hablar de platas!