Dos minutos después del terremoto que acaba de afectar a La Serena y IV Región, la Onemi alertó sobre la posibilidad de un maremoto. Diez minutos después se informó que por la magnitud, localización y características del sismo no se consideraba tal posibilidad. Pero el pánico ya se había desatado y sin vuelta atrás, con toda su secuela de desgracias. Más tarde el director de esa repartición explicó que solo había cumplido con el protocolo establecido para estas catástrofes. La desafortunada intervención manifestó, una vez más, el descriterio que implica la primacía burocrática por sobre el sentido común, más aún en una emergencia. Lo grave es que ese organismo representaba al Gobierno de la República y todos los afectados estaban absolutamente pendientes de él.
Es de Perogrullo que ante un sismo como ese las autoridades deben comenzar por calmar ánimos, que por naturaleza quedan alterados. Lo primero en estas situaciones es poder gobernar a la población afectada para, enseguida, proceder con lo que corresponda. El Servicio Hidrográfico de la Armada, SHOA, demoró diez minutos en evaluar la situación. ¿Acaso no se podía esperar esos minutos? Sabemos que cualquier maremoto demora más tiempo en sobrevenir. En cualquier caso, una población en pánico es tan ingobernable que un aviso así de precipitado solo agrava la incertidumbre.
Hubo un exceso de malentendida eficiencia, demostrada anteriormente en toda su perversidad con la réplica del terremoto de 2010 durante el cambio de mando. Fue la otra cara de la lenidad con que se actuó inmediatamente luego de ese sismo, porque la presencia indebida de la Presidenta en las oficinas de la Onemi paralizó su acción. El protocolo ahora mencionado es actuar en pro de la burocracia antes que de las personas. Frente a las emergencias no caben protocolos ni formularios. Solo la respuesta madura, sensata y oportuna de los responsables en ese momento.
Tenemos una clase política desprestigiada por ajena a las personas y sus afanes. Ahora, además, nos encontramos con una burocracia que antepone sus rigideces, perjudicando a la gente. Es el remate de la orfandad del país. El corolario es que no hay guía ni conducción, que es lo que espera la colectividad y lo que legitima a quienes ejercen responsabilidades de gobierno. El descriterio señalado nos muestra que para orientarnos al futuro necesitamos autoridades en concordancia con la gente a través del sentido común y la acción atenta a las situaciones que se viven.