Uno pensaba que Jeisson Vargas, el joven delantero, sostendría un itinerario por clubes europeos, su destino natural debido a la rapidez, instinto y disparo.
No eran así las cosas y el puntero volvió a Universidad Católica, claro que no se sabe si a quedarse y ser figura, participar de manera intermitente o quizás partir de nuevo no se sabe adónde. Lo de Vargas son muy pocos años en la vida, recién 21, para juicios y sentencias definitivas. Una cosa, eso sí, es cierta: era impensado su retorno.
Uno pensaba otra cosa de Nicolás Castillo, próximo a cumplir 26 años, que en la última ocasión partió maduro y experimentado, no como antes que se fue demasiado verde y sin el peso y las medidas correctas. Había llegado a su punto de cocción y lo que venía era el salto y la explosión por clubes de Italia, España o Inglaterra. Tampoco fue así y ahora regresó a México y al poderoso América, con un contrato por un lustro y un gran dinero que nunca está de sobra. Entre paréntesis, el América fue el último club extranjero donde jugó Iván Zamorano, a los 33 años.
Uno pensaba que Ángelo Henríquez, la otra promesa de gol, se educaba con propósitos internacionales en el exigente laboratorio del Manchester United, para hacer la preparatoria en Wigan Athletic, Real Zaragoza o Dínamo de Zagreb, y luego instalarse en la crema y nata de los clubes europeos. Hace un año retornó a Universidad de Chile, está bajo las órdenes de don Frank Kudelka, perdieron en un amistoso contra Cobreloa en Calama y como anda por los 24, claro que se puede ir de nuevo. O no.
Uno pensaba, en fin, que la Sub 17 en Lima y en un amistoso previo al Sudamericano de la categoría, no iba a caer con los locales por 4 a 1.
Y uno pensaba, y ahora sí que por último, que la Sub 20 iba al Mundial de Polonia o se clasificaba a los Juegos Panamericanos de Perú, pero lo que no estaba en los planes ni en la imaginación era que ni siquiera se apuntara al hexagonal.
¿Cuál es la solución?
No pensar demasiado ni de sobra, porque así se llega a un horizonte apocalíptico donde la sospecha es que a una generación dorada la sucede una gris, después viene una marrón y no se sabe el color de la siguiente porque falta demasiado tiempo, y muchos de los lectores presentes, desde luego el autor, para esos tiempos y esa generación, no van a estar presentes, precisamente.
Así que tanta cavilación y análisis tienden a la amargura y al desánimo, y lo mejor es seguir la sabiduría de las viejas pichangas y dejarse de leseras y pensamientos inútiles.
¿A qué vinimos al mundo?
A jugar al fútbol y a ver jugar.
Así que démosle a la pelotita.
Apúrense.
Empecemos de una vez.