Cuando se pensaba nuestra política exterior, se insistía mucho en las prioridades. El americanismo, el panamericanismo, Naciones Unidas, Occidente, Tercer Mundo o tercermundismo, convergencia con los "países socialistas", por la democracia y la globalización, y la "opción latinoamericana" resumen las prioridades de nuestra propia historia de política exterior desde el siglo XX al XXI. Algunas han tenido su razón de ser; cada una de ellas mirada en sí misma descifraba de manera incompleta los requerimientos internacionales del país. Mejor abocarse a una orientación diferente, quizás en la práctica la misma política, solo que con más claridad conceptual: se trata de tres horizontes o esferas distintas que nos circunvalan, ninguno de ellos con rango de prioridad sobre el otro, salvo emergencias pasajeras.
En primer lugar lo evidente, los tres países vecinos. Cada uno de ellos es un caso diferente y cada uno con una historia distinta en relación con Chile; la importancia que ellos nos asignan varía de país en país. Hay que poner énfasis en lo que une, en lo que se acuerda, en lo que es de interés común.
En segundo lugar está el espacio latinoamericano e interamericano. El último no cubre todo lo que son las relaciones que tenemos con Estados Unidos, pero sí es un vínculo que nunca se va a desvanecer de nuestra América y que, sumando y restando, ha desempeñado un papel positivo en nuestra historia. Si por la dinámica de un Trump ese país cayese en un total aislamiento internacional, que Dios nos pille confesados. Las sonrisas de algunos no van a durar mucho.
En el espacio más propiamente latinoamericano, sobre todo en América del Sur misma, hay que olvidar los antiguos proyectos integracionistas tan retóricos y hasta delirantes, y se debe profundizar o rectificar algunos de los que están en marcha (Alianza del Pacífico y Mercosur). Se puede discutir qué hacer; lo que sí, debe estar dotado de sentido de la realidad, prosiguiendo estrategias de convergencia y cooperación, de integración sensata, que tengan la probabilidad de sobrevivir a los vaivenes, por ejemplo, de izquierda a derecha y viceversa, al menos dentro de márgenes razonables de ambas. Hay que definir cuidadosamente estas políticas para que se sostengan en el tiempo, vía crucis de la política latinoamericana.
En tercer lugar está el mundo. ¿A cuál nos referimos? A una combinación de las tendencias que consideramos modelos positivos -las apreciaciones jamás serán unánimes- como sociedades (política, economía, organización y espontaneidad social), y ellas en la modernidad han irradiado desde lo que llegaron a ser las democracias desarrolladas, concepto quizás pobre pero que va más allá de la libertad política y el vigor económico y social, puesto que también es fuente de civilización, otra idea hoy suicidamente denostada. Estas en lo básico descienden del antiguo Occidente, en parte transmitido a todo el mundo a través de la "civilización universal" (Naipaul) que es la modernidad. Pero ello depende de un equilibrio de poder, el que esas democracias conserven su vigor. Esta orientación, amén de otras referencias -no podemos ignorar a China y sus lecciones en economía, por ejemplo-, constituye el otro círculo o esfera de nuestra prioridad, en el mismo nivel que los anteriores, que debe ser el punto de fuga de la política exterior chilena.
De nuevo, si EE.UU. y Europa se hunden en la ingobernabilidad y la ausencia de concertación, la única legitimidad restante va a ser la antigua "guerra de todos contra todos", en la cual tenemos todas las de perder. Que Dios nos pille confesados.