El título
Buganvilia, correspondiente a la primera novela de Rodrigo Cortés Muñoz, es deliberadamente irónico o tal vez se le ocurrió al autor al terminar el libro. Solo al promediar la lectura, cuando Maikel se prepara para asaltar a una chica con su pareja, hay una referencia a esa enredadera, mientras una bella muchacha pronuncia las palabras "entre más sufrida, más florida", insinuando el hecho de que estos arbustos no necesitan agua para florecer. No hay entonces, ninguna flor a lo largo de la narración, aunque tampoco tenemos árboles, pasto, especies vegetales de alguna clase o lo que sea que otorgue alegría y placer a una ciudad. Los escenarios de
Buganvilia, si descontamos un par de lugares, digamos, decentes, son caletas de drogadictos, cárceles, estaciones de metro periféricas, hospitales públicos donde acude gente baleada, estacionamientos sin vigilancia, departamentos de poblaciones peligrosas y suma y sigue. No se trata del lado B de Santiago, sino de algo mucho peor: el desamparo irremediable y la completa e irreversible ruina urbana y la carencia de toda compasión que acechan a quienes, por un motivo u otro, habitan un mundo sin Dios ni ley. La elección de estos sitios obedece, desde luego, a un propósito planificado por parte de Cortés Muñoz, el cual, si bien al comienzo dista de ser claro, podría consistir en mostrarnos una sociedad o al menos parte de una sociedad colapsada por el crimen, la violencia, la brutalidad gratuita y todas las formas imaginables de salvajismo que podamos concebir. Y estos indescriptibles golpes en contra de amigos, vecinos, conocidos son practicados por el hampa menor, la de los lúmpenes, microtraficantes, delincuentes de poca monta que se matan o se cobran revancha por razones que nunca quedan claras, aun cuando parece que es lo único que saben hacer. En este sentido, así como en la forma que el escritor ha escogido para narrar,
Buganvilia es una de las ficciones más desoladoras aparecidas en Chile en tiempos recientes.
Cortés Muñoz recurre a un vastísimo arsenal de recursos para construir
Buganvilia y tanto es así que en ningún momento se diría que es la obra de un principiante. El lenguaje, coloquial y culto, contiene una infinidad de registros, desde el habla profesional con ribetes eruditos -por ejemplo, la notable secuencia inicial, que es una sesión psicoterapéutica en la que participan el abogado Borja, uno de los protagonistas y su tratante-, pasando por diálogos convencionales, hasta llegar a la grosería, la obscenidad y el garabato puro y duro.
En cuanto al manejo del tiempo, Cortés Muñoz lo hace estallar, explotar, saltar en pedazos, y sin echar mano a racontos o
flashbacks trillados, hay caracteres, como el mencionado Maikel o como Lucho, Lloni, Jojota o el propio Borja, que son asesinados para después reaparecer en incidentes sangrientos o sin haber pasado a mejor vida, tomar parte en terribles acontecimientos que sí les cuestan el pellejo. Otro expediente al que alude con frecuencia Cortés Muñoz es la alusión constante a sucesos que el lector desconoce y que quedan sin explicación, pues en
Buganvilia nunca tendremos algo parecido a una interpretación de cosas arbitrarias o azarosas y resulta imposible entender las razones que tienen Rodrigo, Mercedes, Juana, Nicole, el Pato Luca, Solís y otra docena de personajes para actuar como actúan.
Por último, vale la pena decir unas pocas palabras acerca del tratamiento que Cortés Muñoz da a las relaciones sexuales que, por cierto, abundan en este relato. De partida, nunca o casi nunca se trata de actos consentidos y cuando no estamos frente a evidentes violaciones, por lo general leemos descripciones de comportamientos muy agresivos que, por decirlo de un modo suave, no cuentan con el apoyo de uno de los interesados, es decir, las mujeres. Esto no es accidental, por más que tampoco obedezca al antojo del novelista, sino que quizá podría representar el estado de degradación en el que están sumidos quienes se ven envueltos en la sobresaltada, irracional, indecible furia que es parte y todo en
Buganvilia.
Un problema algo serio de esta historia consiste en cierta intercambiabilidad de las numerosas personas que entran y salen de ella, así como la de los sucesos que transcurren en la narración. Es completamente utópico recordar siquiera a una fracción de estos desheredados o incluso retener sus nombres y ni qué decir tiene, las conductas, sean ilícitas, domésticas o de otra índole que llevan a cabo. El asunto se complica a medida que avanzamos en la madeja de fechorías que se combinan en
Buganvilia porque muchas veces, ni volviendo hacia atrás o adelantándonos en sus páginas, podemos percibir con claridad qué es lo que realmente ocurre en esta historia: todo resulta fortuito, aleatorio, casual. Es probable que este efecto, vale decir, la creación de un caos, sea conscientemente buscado por Cortés Muñoz, un hábil prosista, consciente de sus facultades, puesto que
Buganvilia es un artefacto literario bastante sofisticado.
De hecho y a lo largo de toda la trama, muy bien articulada, notablemente construida en un texto sucinto donde nada sobra, no tenemos disquisiciones morales ni menos juicios de valor en torno a lo que hacen o dejan de hacer cada uno de los actores que intervienen en
Buganvilia. Esta indiferencia, este desapego inteligente por parte del novelista, es perturbador y transforma la intriga en algo muy intranquilizante.