Niños y adultos chapoteaban en los estanques del jardín japonés del cerro San Cristóbal, recientemente restaurado e inaugurado, ignorando que se esperaba se comportasen como en un museo. El incordio no es patrimonio de nuestra época ni de nuestra comarca. Recién inaugurados, los parques públicos del siglo XIX se empapelaron de las más estrictas prohibiciones a los paseantes, indicando hasta el código de vestimenta. Hoy no hay jardín palaciego de Europa en donde no se le deba recordar a la plebe turista que no puede retozar en los prados, ni ingresar con mascotas y, bajo ninguna circunstancia, refrescarse en los espejos de agua del rey ausente. Y los reglamentos son señales manifiestas de lo que la gente hace con insistencia.
El deseo de las personas de usar un jardín en todas sus posibilidades, es la historia misma del parque urbano. En el trayecto en que el espacio del refinado cuidado botánico devino, primero, en paseo encarrozado y, luego, en estancia popular, la ciudadanía siempre presionó por hacer del artificio natural un espacio más público. Después de la Revolución, las fuentes de Versailles fueron transformadas en lavadero de ropa y los parterres en huertos, no sin un discurso reivindicatorio asociado. Occidente hubo de adaptar las formas del jardín nobiliario a las costumbres multitudinarias, privilegiando las grandes praderas, transformando las casas de té en heladerías y los palacios en edificios públicos.
Si del cultivo procede la cultura, el jardín sería su expresión más pura. Bien preciado y reservado a las élites, representó en antaño la riqueza y el poder. Al volverse parque, nuestra cultura proyectó en él las necesidades y anhelos de una sociedad moderna, igualada a la sombra de un mismo verde. Ver las piletas de un jardín japonés llenas de gente, solo en un estrecho sentido etimológico podría ser señal de que nos falta cultura: de que carecemos de cultivos suficientes para satisfacer nuestra necesidad de frescor, de recreación y juego al aire libre. Porque lo que es cultura de parque público, hasta nos sobra.