Los debates sobre "mérito" y selección me dejaron perplejo y cabizbajo. Lo que me preocupa no es que distinta gente tenga diferentes posiciones. No, eso es completamente natural. Lo que es alarmante es que la discusión se haya quedado a niveles enormemente ideológicos, y que haya primado la superficialidad. Muchos participantes en las discusiones han repetido consignas añejas como papagayos.
Un columnista llegó a citar a Kant, Bordieu, Platón, Hipias, Sócrates, Glaucón y los fenicios para argumentar que el mérito químicamente puro no existe. ¡Seis filósofos y un pueblo completo para decir una obviedad del porte de una catedral! Desde luego que el mérito absoluto no se da casi nunca; la vasta mayoría de las veces va acompañado de suerte y de factores culturales que se heredan. Pero ese no es el punto. El problema es cómo diseñar un sistema escolar que logre dos objetivos en forma simultánea: premiar el esfuerzo de los estudiantes y las aspiraciones de las familias, y otorgar igualdad de oportunidades.
El sistema educacional del futuro debe reconocer que la educación va más allá del ámbito puramente personal. La educación tiene una dimensión social enorme; parte de su función es formar ciudadanos empáticos, inclusivos y tolerantes, comprometidos con un futuro mejor para la sociedad. Al mismo tiempo, debe entregar las herramientas que permitan vivir y trabajar con éxito (y realización personal) en un mundo de robots y algoritmos.
Los partidarios del Gobierno y su proyecto plantean que es importante que las familias puedan seleccionar los colegios donde van sus hijos. Agregan que los establecimientos también debieran tener un rol en decidir qué tipo de alumnos (y familias) se suman a su comunidad educativa. Son las familias y no "la tómbola" quienes deben elegir. Estas aseveraciones son una mezcla de ignorancia y tontería. Ignorancia, porque la mal llamada tómbola tiene como objetivo, precisamente, tomar en cuenta los deseos de las familias. Al establecer sus preferencias por varios colegios, en orden de prioridad, el algoritmo ayuda a encontrar el mejor establecimiento para cada alumno. Y es una tontería porque es obvio que los deseos de las familias deben ser un elemento en el proceso de admisión. Nadie se opone a esa idea; es algo que cae en el terreno de "lo obvio". (La pregunta es qué hacer cuando hay más solicitudes que vacantes).
Quienes se resisten a la selección argumentan que el problema es la pésima calidad de la educación pública. El que durante décadas se haya postergado el sistema que alguna vez fue la base de la República. Repiten que la solución es crear una educación pública de alta calidad, donde todos los colegios, sin excepción, sean de excelencia. Pero repetir esto una y otra vez tampoco ayuda. Esta es otra aseveración que cae en el ámbito de lo irrebatible.
Debemos dejar de repetir obviedades. El desafío es pasar de generalidades a propuestas que aterricen en lo concreto. Y es en este ámbito donde la discusión, y con ella el país, parecen estar estancados. Nos movemos en círculos, repetimos consignas una y otra vez, usamos estrategias teatrales y dramáticas para repetir la misma cantinela.
He aquí una idea concreta para discutir: Tener dentro de los colegios públicos un cúmulo de "talleres o cursos avanzados" donde se impartan materias profundas, en detalle y a un alto nivel. Estos talleres estarían disponibles para los alumnos que quieran compenetrarse en ciertos temas en forma acelerada. Para matricularse en ellos hay que dar un examen. Habría talleres de matemática donde se enseñe precálculo y álgebra matricial, talleres de literatura donde se leería a los clásicos y se aprendería a redactar, talleres de biología y de física, talleres de computación y filosofía (materia esencial para leer columnas de opinión).
En este modelo no hay selección a nivel de colegios. Los familias indican sus preferencias, y si hay más solicitudes que cupos, el algoritmo entra a funcionar (algoritmo usado en casi todos los países a los que aspiramos a parecernos). Pero donde sí hay selección y mérito es en la matricula a los talleres avanzados. Solo pueden participar en ellos quienes se esfuercen y aprueben un examen. ¡Igualdad de oportunidades y mérito en el mismo establecimiento!
La idea anterior, desde luego, no es invención mía. Es el sistema que opera en los mejores distritos de educación pública en los EE.UU. Los talleres avanzados se llaman "Cursos AP", o Advanced Placement. Estos talleres son de tal calidad que las universidades los validan como materias cursadas cuando los alumnos entran a la educación superior.
Discutamos, conversemos, planteemos alternativas. No nos quedemos estancados.