En esta columna no se siente ninguna simpatía por la Real Academia Española de la Lengua, que suele reclutar a periodistas para evitarse un repudio general. Ahora busco "espionaje" en su diccionario y dice que es la "actividad secreta destinada a obtener información sobre un país". También acepta que es actividad "dedicada a obtener información fraudulenta en diversos campos". Es decir, se hace fraudulenta en campos distintos a los países, donde sería lícita; y sería "fraudulenta" la información, no la actividad. Otra más de la RAE.
Con esto me tropiezo, obviamente, buscando distintos antecedentes para la última noticia producida por Marcelo Bielsa. Esta vez por su denunciado y reconocido espionaje al Derby County de Frank Lampard.
Para empezar, no entiendo por qué el periodismo escribe "espionaje" así, entre comillas. Es espionaje y punto. Sea en caso de guerra (o preguerra) o de fútbol o industrial. A secas, sin comillas. Y entrando al área del fútbol: ¿espiar entrenamientos de los rivales es un delito o una falta o un pecado? En opinión de este columnista: ninguna de las tres cosas. Es simplemente un recurso táctico. No lo digo por defender a Bielsa (que no necesita que nadie lo defienda), sino por raciocinio.
Los espionajes comenzaron, supongo, cuando debido al avance de la competencia futbolística los entrenamientos se hicieron privados o, mejor dicho, secretos. Fue entonces cuando se hizo necesario saltar barreras para observar esas prácticas. Y seguramente entonces se hicieron secretos porque había materiales para ocultar. Y si alguien oculta, desafía a la curiosidad del resto.
Un tuitero me dice que si alguien oculta dinero, ese hecho no faculta a otro para robárselo. Es cierto y es distinto. Lo que pasa con los entrenamientos del fútbol es que el rival lo que hace es ocultar las armas con las que pretende hacerle daño a mi equipo. O defenderse de mi recursos de ataque. Por lo tanto, como en la guerra, tengo la obligación de ver qué trama el rival (el enemigo, en el caso de la guerra). Si me sorprenden seré castigado, y si no, pasa. (En el caso del ocultamiento de dinero, su dueño no lo guarda para hacernos daño).
Por cierto, hay límites, como en todo. El objetivo es contrarrestar los recursos del adversario, pero eso no incluye dopar a los jugadores rivales, ni darles de beber líquidos adormecedores ni pincharlos con alfileres ni entregarles fotos comprometedoras en el saludo de los capitanes (como hicimos los chilenos en un período oscuro de nuestra historia). Nada de eso. Pero tratar de saber qué es lo que el rival prepara contra mí es obligatorio.
Finalmente, lo criticable de Bielsa estuvo en sus palabras posteriores, disculpándose del espionaje y confesando que lo hizo en todos sus partidos jugados en Inglaterra. Lo hizo en términos muy alambicados, sin precisión, aclarando que con los espías no se ganan partidos y que, en definitiva, ha sido una torpeza suya.
Se defendió mal.