Entre las mujeres, por años existió la creencia de que eran como juguetes de los hombres, en el sentido que la infidelidad de sus parejas era una posibilidad alta. Con ese temor presente era difícil aspirar a matrimonios felices o construir una relación estable desde la esperanza. La felicidad es imposible cuando una de las partes tiene como idea fija que el otro va ser infiel.
Si miramos con detención, por ejemplo en la literatura, el foco está puesto en historias de hombres y mujeres que viven en problemas. Con razón se mira con cautela la esperanza de un matrimonio o de un gran amor pleno, recíproco, fiel y comprometido.
Si la cultura nuestra ha fallado en algo en el pasado, ha sido en formar a hombres y mujeres en la expectativa de un matrimonio de iguales. Por siglos, los hombres fueron los infieles y las mujeres las víctimas de su infidelidad. Mucho ha cambiado. Pero persiste la idea de que los privilegios de los hombres son mayores. Y persiste la práctica de que las mujeres deben educar a los hombres en el amor.
En otra época, por ejemplo los alemanes -que eran más realistas que los latinos- tenían una costumbre en los sectores rurales de darle a cada miembro de la futura pareja un serrucho con dos mangos de madera, debiendo cada miembro de la pareja tomar un lado del serrucho para cortar en conjunto un tronco, con la comunidad observando.
La tarea de aserruchar el árbol entre dos, implicaba que cada uno debía interesarse en lo que hacía el otro y armonizar la tarea para cumplir el objetivo. Este método permitía predecir el futuro de la pareja, o al menos señalar cambios que ambos debían hacer para armar y tener éxito en la tarea de ser pareja. Porque sabían que el matrimonio y el amor debía hacerse armonizando las destrezas de cada uno en función de las del otro.
El matrimonio es un tarea que solo puede realizase de a dos. Y la cultura occidental ha puesto el énfasis en los desafíos individuales o grupales.
Aun así, hombre y mujer pueden y deben reconocer los defectos en sus caracteres y enfrentar las cosas en un espíritu de igualdad. Hemos hecho enormes esfuerzos en ese sentido, pero tal vez hemos puesto más énfasis en la igualdad que en la complementariedad igualitaria.
No necesitamos una pareja igual a nosotros. Necesitamos una pareja que reconozca las diferencias, las acepte y nos dé un espacio igualitario para desarrollarnos.