Hace unas semanas fui invitado por un respetado centro de pensamiento a dar mi opinión sobre el momento político, cuestión sobre la que me declaro honestamente cada día más distante, y quizás por lo mismo menos perspicaz. Sé perfectamente lo que se espera en estos eventos: un análisis prospectivo, ojalá pensando en las próximas elecciones. No tenía más alternativa, por ende, que estrujar mi creatividad.
Partí imaginándome los próximos comicios municipales, a fines de 2020, los que probablemente coincidan -esto aún no se sabe- con las primeras elecciones de gobernadores regionales. Mi impresión es que esta vez se acentuará una tendencia que se ha venido produciendo en las últimas décadas: su carácter marcadamente local. Esto significa que las listas de los partidos serán meros vehículos de las ambiciones políticas de caudillos y liderazgos con raíces en el territorio. Como aquí no hay balotaje, sin embargo, habrá un fuerte incentivo para pactar. Para los incumbentes, en efecto, así como para los principales aspirantes, cualquier tipo de pacto -aunque sea con el diablo- es preferible a la fragmentación. Veremos entonces las coaliciones más inimaginables, ya sea explícitas o tácitas, activas o pasivas; pactos ad-hoc creados en torno a candidatos individuales, sin contenido ideológico y sin acuerdos políticos de carácter nacional.
¿Queríamos descentralización? Pues la tendremos, sin grandes reformas institucionales de por medio.
El panorama será diferente en las elecciones presidenciales de 2021. Muerto el espíritu coalicional heredado del plebiscito de 1988, fenecido el sistema binominal y contando con el seguro que provee la segunda vuelta, hay pocos incentivos para realizar primarias. Si las hay, serán al interior de los partidos o entre fuerzas altamente afines, como las que forman el Frente Amplio. Lo más probable entonces es que se agudice un rasgo que inauguró Sebastián Piñera el día en que decidió salirle al paso a Joaquín Lavín en la primera vuelta de 2005: que en las presidenciales se midan todas las fuerzas políticas, cada una con su propio candidato. El PC ya lo anunció. Lo mismo cabe esperar del Frente Amplio. También la DC necesita un candidato propio si quiere perseverar en un camino propio que le está dando buenos resultados. Del otro lado es obvio que José Antonio Kast correrá hasta el final con la ilusión de dar un " sorpasso ", como llaman los españoles al candidato que se adelanta a último minuto y da la sorpresa, como su admirado Bolsonaro; lo cual podría precipitar a que todos en Chile Vamos sigan el mismo camino.
Lo anterior podría llevar a una primera vuelta donde competirá un pelotón formado por al menos seis candidatos, todos competitivos. Los respaldos institucionales tendrán menos peso que en el pasado. Lo que influirá será el carisma, la pertinencia de sus promesas, la calidad de sus campañas, y en particular la habilidad para usar las redes sociales. Sucedió en Brasil con Bolsonaro, un candidato exótico, ajeno al establishment , que pasó de marcar apenas 6% al inicio de la campaña a ganar holgadamente la elección. Algo parecido ocurrió con Trump.
Si ese es el escenario, el paso a la segunda vuelta en 2021se decidirá por décimas. Luego, para vencer en el balotaje, los candidatos que obtengan las dos primeras mayorías tendrán que hacer concesiones y buscar compromisos. Quizás por esta vía, en los frenéticos días que medien entre las dos vueltas presidenciales se puedan construir coaliciones, pero las mismas tendrán como horizonte el período presidencial, algo muy distinto a las que hemos tenido en Chile desde 1990.
Cuando terminaba la exposición, desde el fondo de la sala escuché una voz ronca que dijo una sola palabra: "infartante". Confieso que no supe cómo reaccionar.