El presidente que "más sabe" de fútbol en la historia del fútbol chileno es Arturo Salah. Como ningún otro, fue jugador, entrenador, presidente de club; por ende, era esperable que intuyera que el proceso que se empecinó en sacar adelante con las selecciones menores estaba destinado al fracaso.
Debe haber percibido, con ojo experto, que los trabajos formativos de las sociedades anónimas flaquearon, que los torneos están mal organizados, que no hay una estructura central que defina tareas y objetivos y, por sobre todo, que toda una generación de entrenadores chilenos no fue capaz de observar ni empaparse de los cambios que produjeron los mejores resultados en un siglo. Y, de paso, el estilo de juego que sacaba mejor rendimiento a nuestros futbolistas.
De manera paralela a la "década prodigiosa", la formación de jugadores se vino al suelo, los clubes salieron a gastarse el dinero en contrataciones cuestionables, las políticas deportivas se hicieron sobre premisas mediocres y las selecciones menores se fueron al sótano del continente. Hoy arreamos el lote en individualidades y, sobre todo, en propuestas colectivas. Es más, lo que fue evidente hace dos años atrás en Ecuador se perpetuó en virtud de esos "procesos" que no admiten evaluaciones ni críticas, sino un sostenido afán de prolongarlos en el tiempo, como si eso bastara para solucionar las taras permanentes.
Lo que ha pasado en Rancagua con la selección Sub 20 era previsible para la mayoría, y me imagino que para un experto como Salah, aún más. El problema se agudiza por lo que estaba en juego: un título sudamericano, un Mundial y un Panamericano, y afortunadamente le quitaron el premio de los Olímpicos, porque era evidente que con los criterios de selección, de táctica y de concepción del juego que tiene el cuerpo técnico y sus jefaturas, se iba a perder, a retroceder aún más en el escalafón, a quemar jugadores y a dar pésimas explicaciones sobre la leche derramada. La razón es simple: fue lo mismo que pasó hace dos años, cuando hubo que hacer las correcciones necesarias y se prefirió por ratificar el rumbo elegido.
La Sub 17 que clasificó Hernán Caputo a India tuvo la capacidad para vislumbrar sus debilidades y apostó a la localía y a las pelotas muertas para lograr su objetivo, aunque en la medición mundialista finalmente fuera muy pobre. El actual equipo dejó en evidencia que ni siquiera para eso le alcanza. Y y pese a que el discurso unánime es pelear hasta el final, las armas que ha mostrado son muy rudimentarias. Y si otra vez se da el milagro, el hexagonal final debería poner las cosas en su lugar.
Será necesario el análisis macro del fenómeno -incluida la enorme influencia que tienen los representantes en la actual toma de decisiones, a todo nivel-, pero será imprescindible centrar el primer análisis en el tiempo perdido siguiendo un sendero que era evidentemente errado. Porque el diagnóstico inicial fue el equivocado. Por más que lo haya adoptado un "especialista".