Puesto que los montajes siempre comentan lo que nos ocurre aquí y ahora (y si no, no vale la pena que se den), el Festival Santiago a Mil nunca ha dejado de contener en parte y de algún modo una mirada política sobre la realidad. Pero la versión que acaba de terminar, tras celebrar en grande el año pasado su cuarto de siglo de vida, se propuso deliberadamente -bajo la consigna "Santiago rebelde"- hacer desde el escenario un aporte a la reflexión sobre los temas que hoy están en la controversia. De modo que su gestión curatorial eligió específicamente propuestas con historias que pusieran en el tapete las cuestiones en debate, con la idea inequívoca de alimentar la discusión y forzar una toma de postura.
Opción muy loable, que implica un riesgo para un encuentro consolidado como éste: la selección de material significó no pocas veces posponer el logro estético. Es que la creación artística pierde vuelo si es instrumentalizada o cae en la literalidad. Sucedió, por ejemplo, con "El nuevo coloso", de Tim Robbins, que se suponía iba a ser el plato fuerte de la cartelera y se desinfló demasiado rápido; con "While I Was Waiting", impactante como testimonio de los estragos de la guerra en Siria pero que en términos teatrales dejó bastante que desear; con el discurso femenino y feminista de las tres obras venidas desde Alemania que resultó pesado, hasta abrumador. Hubo también variados trabajos de pequeño formato estimulantes por su contenido pero poco, o muy poco, por sus recursos representativos. En eso también se notó la reducción de presupuesto en la producción del encuentro.
Acorde con este claro descenso de promedio, no hubo como en años anteriores atracciones foráneas que se erigieran en pilares de la jornada. Del programa solo nos pareció memorable por su contundencia, "Nachlass" (Legado), más bien fuera de la tónica, una poderosa experiencia participativa del influyente y vanguardista colectivo suizo Rimini Protokoll, sobre un tema ni actual ni político, sino inmanente al ser humano, la muerte. Algo más abajo en la escala de valoración se ubicó la deleitosa "César va a la guerra", de Polonia, en tanto también atraparon la iraní "Timeloss" y la bella versión coreana de "Romeo y Julieta".
La oferta foránea poco propensa al entusiasmo hizo que por vez primera la franja nacional brillara con luz propia por sobre numerosos títulos importados, coincidiendo desde luego con la espléndida cosecha local en 2018. Distintas obras 'made in Chile' dejaron establecido, en comparación y fuera de todo chauvinismo, el buen nivel y vitalidad creativa de lo que se está haciendo en nuestros escenarios. Ojalá que el público haya aquilatado esto.
Después de "Nachlass", el segundo imperdible absoluto del enero teatral no lo ofreció Santiago a Mil sino CorpArtes, y fue la maravillosa "Animales y niños se tomaron las calles", de Inglaterra, provista igualmente y sin tanto subrayado de una encendida lectura subversiva.