John Connolly (1968) más conocido como autor de novelas de misterio y relatos de horror, también ha incursionado en el difícil arte de las novelas para jóvenes.
El libro de las cosas perdidas fue publicado en Londres en 2006 y recién ha sido traducido al español. En forma absolutamente excepcional, Connolly ha preparado un prólogo para la "preciosa edición" en nuestro idioma, celebrando "las evocadoras ilustraciones de Riki Blanco". Conviene destacar un par de párrafos en los que el narrador irlandés se refiere a esta trama:
"Gran parte de
El libro de las cosas perdidas procedía de un lugar más antiguo y profundo, el atávico rincón de la experiencia humana compartida, en el que las fabulas a las que se alude en esta novela tomaron forma por primera vez. Llevamos esas historias con nosotros y las pasamos de generación en generación. Distintas culturas y épocas les asignan distintos nombres y distintos aspectos físicos a sus terrores, pero su esencia sigue siendo la misma". Y más adelante agrega: "Uno de los temas de
El libro de las cosas perdidas es que los libros no son objetos inamovibles. No hay dos lectores que consuman un libro del mismo modo. Aportamos todo lo que somos a lo que leemos y filtramos el texto a través de nuestras perspectivas individuales. Cada uno de nosotros es diferente, así que nuestras interpretaciones a menudo resultan ser personales en extremo".
A simple vista,
El libro de las cosas perdidas cuenta la infancia de David, quien, a sus doce años, llora la pérdida de su madre. Mientras la Segunda Guerra Mundial destruye toda Europa y los bombardeos alemanes arrasan con Inglaterra, el padre de David ha vuelto a casarse, con Rose, y ha tenido un hijo con ella, George. La familia se traslada a las afueras de Londres con el propósito de huir del asedio aéreo de los nazis y se supone que David tendría que sentirse feliz con Rose y George, pues ella es una mujer inteligente y cariñosa, y George es apenas un niño que aún no cumple dos años. Sin embargo, ocurre todo lo contrario: en una atmósfera que hace recordar a las obras más famosas de Charles Dickens, David detesta a su madrastra y en cuanto a George, se trata de un bebé insoportable, que no para de llorar, gritar o moverse, por lo que es imposible sentir afecto por él.
En consecuencia, el protagonista se refugia en el desván, donde la única compañía que tiene son los volúmenes empastados que tapizan las paredes de la pieza y que además cobran vida propia, al susurrarle, hablarle en un lenguaje que solo él entiende, decirle cosas que parecen inasibles, aunque él sabe que terminará por comprenderlas; en fin, concluirán siendo objetos indispensables en su diario vivir.
Así, la realidad y la ficción empiezan a fundirse hasta tal punto que, por una grieta del jardín, David ingresa súbitamente en un mundo desconocido, que es el de sus sueños y el de su infatigable, frondosa, ilimitada fantasía. De modo que el muchacho entra en un bosque infinito, poblado de especies sobrehumanas, de lobos, gigantescas aves rapaces, criaturas semihumanas, un paisaje indescriptible y peligroso lleno de precipicios, ríos intransitables, árboles y formaciones vegetales antiquísimas y por supuesto, hadas, orcos, gigantes malvados, más otra serie de caracteres y elementos que, salvando las distancias, hacen pensar en
El señor de los anillos, de Tolkien.
En los inicios de su exploración por este universo fabuloso, David se hace amigo del Leñador, custodio de ese reino mágico. Para añadir más referencias a un texto que debe mucho a la literatura fantástica anglosajona y europea, el Leñador le narra a David una serie de cuentos presuntamente infantiles, aun cuando, en realidad, se trata de aventuras terroríficas. Entonces tenemos versiones nada de inocuas acerca de títulos que creíamos sumamente aptos para quienes están dando sus primeros pasos en la lectura. En algunos casos estamos ante tomos archiconocidos, que todas o casi todas las personas educadas se saben de memoria. En otros, el Leñador acude a gestas de la mitología nórdica poco divulgadas entre nosotros.
En cuanto a las narraciones al alcance del público en general destacan tres: "Caperucita roja", "Hansel y Gretel" y "La bella durmiente". La primera es una horrenda intriga de canibalismo, suplantación de identidades, feroces luchas por la sobrevivencia, animales que son menos malos que niñas que se internan por sendas equivocadas, entes que al parecer se ven bondadosos y resultan peores que alimañas. La segunda es, lisa y llanamente, una leyenda pavorosa, con una bruja lo suficientemente estúpida como para dejarse cocer viva por una chica intrusa. "La bella durmiente", epítome del arte de Perrault y del clasicismo francés, tema de innumerables adaptaciones teatrales, fílmicas y musicales, aquí se transforma en una crónica de ambición, lucha por el poder y malévola astucia de parte de todos los personajes. De este modo, Connolly subvierte lo que entendemos por la típica narración para menores, convirtiéndola en algo que quizá sea producto del descreimiento generalizado que prevalece en la actualidad. A lo largo de
El libro de las cosas perdidas, David mantendrá una visión límpida e íntegra de su entorno y aprenderá muchas cosas, sobre todo la irresistible atracción que poseen los buenos episodios y la literatura, que ha hecho posible que nos sean accesibles. Por último, poco a poco superará sus miedos y se atreverá a tomar decisiones.