Películas cálidamente recibidas como "Cold War" son importantes. Primero que nada, para que sigamos hablando de cine entre los adultos y para que el formato no se convierta solo en un producto para menores de 21 años, como los memes o los videojuegos. Ahora, de ahí a considerar que la última cinta del polaco Pawel Pawlikowski es la salvación del séptimo arte se trata de un salto algo radical. La película es ciertamente inteligente, seductora, impresionante en algunos sentidos, pero también bordea lugares comunes algo gruesos y, en consecuencia, no parece morder todo lo que se propone.
El centro de interés está obviamente en sus protagonistas, ambos bellos y torturados. Wiktor (Tomasz Kot) es un músico polaco que a comienzos de la década de 1950 es el director musical de una academia de canto y danza folclórica, montada por el régimen comunista como una herramienta de relaciones públicas y propaganda de Polonia al interior de la órbita soviética. Allí, entre los jóvenes candidatos a convertirse en parte de la agrupación, llega Zula (Joanna Kulig), quien no proviene del entorno rural del que debiera provenir, ni conoce tampoco las canciones tradicionales que debiera conocer, pero que, pese a su impostura, tiene talento y la suficiente desesperación para lograr encantar a Wiktor, integrar la academia y, más tarde, convertirse en su amante.
El destino contrariado de los amantes tiene, al igual que toda la cinta, un aire de melodrama del cine clásico. No en vano, la cinta es en blanco y negro -tal como "Ida", el largometraje anterior de Pawlikowski- y tiene, además, un formato de proporción 1.37:1, tamaño que está en desuso hoy, pero que corresponde al estándar de Hollywood entre los años 1932 y 1952. Atendiéndose a las reglas del melodrama, la separación de los amantes es inevitable. Primero se produce por razones de realidad política -Wiktor, en una visita a Berlín, decide aprovechar la oportunidad de escapar a Occidente, en tanto que Zula no se decide a hacerlo-, pero luego empiezan a correr tensiones internas. Al medio hay grandes escenas en estaciones de trenes, fríos paisajes nevados, teatros llenos y bailes coreografiados, un París nocturno pasado a
jazz, destilados y humo, todo filmado con extremada exquisitez fotográfica. Encuentros y desencuentros de Wiktor y Zula suceden sobre el gran fresco de una Europa dividida por la Guerra Fría.
Para limitarse a los 90 minutos que dura la cinta, Pawlikowski recurre de manera astuta a grandes elipsis, saltos en la narración cuya medida resulta imposible -e innecesario- de calcular. Ahora, las elipsis son quizá demasiadas y algo se pierde en el camino. Mucho en la cinta queda más boceteado que descrito, haciendo que tanto el relato como los personajes queden algo abstractos, vagos, faltos de vida. Wiktor, en París, asume la identidad de un artista y ahí está la buhardilla en que vive (que mira, por supuesto, a los techos de otras buhardillas en París), el club nocturno donde toca, la barba eternamente incipiente, los abundantes cigarros, el amigo rico que lo ayuda, la poeta con que vive pero a la que no quiere..., todos los tics de la "vida bohemia". Zula parece algo más disruptiva y libre de ser personaje preprocesado, pero atiende en alguna medida a la mujer seductora, intensa, de labios carnales y genio caprichoso, protagonista de tanta cinta francesa. La intensa carnalidad entre ellos se asume, aunque se ve y se siente poco. Las peleas llegan, pero no abruman. La desgracia se cierne, pero no angustia. Algo más de ambigüedad, más de auténtica humanidad, aparece entre personajes secundarios, como el director de cine (Cédric Kahn), que le da trabajo a Wiktor en París, o el agente estatal que supervisa la academia folclórica (Borys Szyc). En todo caso, "Cold War" retrata un mundo desarreglado, una pareja maldita, donde, sin embargo, la cinta parece pasada por un estricto cedazo estético, que dejó fuera buena parte de la singularidad, de la maldad, del dolor.
"Cold War"
Dirigida por Pawel Pawlikowski.
Con Joanna Kulig, Tomasz Kot, Borys Szyc.
88 minutos.
Polonia, Gran Bretaña, Francia, 2018.