Carlos Lampe, hace casi dos años y medio, fue clave en el empate sin goles de Bolivia en Chile y a larga ninguna de las dos selecciones clasificaron para Rusia 2018.
En ese partido ocurrió un episodio menor llamado "hacer tiempo", donde el portero demora, finge dolores y realiza su trabajo en cámara lenta, con el propósito de romper el ritmo del rival y consumir minutos.
Más de una vez esos arqueros sufren alguna amonestación y a Lampe, de hecho, le mostraron tarjeta amarilla a los 80' y el partido terminó en blanco y con 5 minutos de descuento.
Desde entonces hasta ahora surge la insoportable levedad del comentario y el inevitable recuerdo de Lampe como ejemplo de portero que hace tiempo, un dato que se repite mecánicamente. A lo más es una nota a pie de página, que diría lo siguiente: cuando en un partido decisivo se empata a cero, el arquero visitante es figura, hace tiempo y en ese afán, habitualmente, recibe tarjeta amarilla.
Está en el silabario y en las primeras letras.
En el fútbol, cuando las velas apenas arden y el rival viene con todo, la consigna es hacer tiempo, con legalidad o descaro. Esto se prueba en cientos de partidos con equipos y jugadores de todas las nacionalidades. Algunos más y otros menos, con disimulo y educación y en ocasiones con vulgaridad y poca vergüenza. Tanto defensas como delanteros, los entrenadores con cambios en los descuentos y los pasapelotas que se esconden. Y los arqueros no digamos: lentitud en el rechazo, extrema parsimonia, revolcones extras, caer con estrépito y levantarse apenas, distraerse con la pelota y el lugar donde salió; y dolerse para que entren los auxiliares, los rocíen con spray, crema para la pata, masaje express y agua para la sed.
Lo que hizo Lampe no le pertenece a él, sino a las circunstancias y al contexto de ese tipo de partidos. Es algo universal del oficio y no particular de Carlos Lampe.
Un leve comentario, en la transmisión de Canal 13, sobre el portero sub 20 John Cuéllar, en el 1- 1 con Chile en Rancagua, fue revelador.
Cuéllar hizo tiempo en el rango de lo que realizan los hombres en su puesto. Nada especial, pero se dijo que era la escuela de Lampe, ahora encarnada en el joven Cuéllar y por extensión, entonces, se trata de los arqueros bolivianos.
Un hecho del fútbol mundial y globalizado, se concentra en un país.
La carga de dados a Carlos Lampe y su recuerdo tan persistente, revela una harina de otro costal, son sedimentos incrustados en un inconsciente colectivo que gracias al fútbol se manifiesta y sale a flor de piel.
A veces sin querer o incluso sin darse cuenta, pero hay que darse cuenta.
Es la xenofobia diaria y cotidiana. No hay que exagerar, pero desde ese centro llovido caen gotas de violencia, desprecio y racismo.