Paso a relatar una sesión terapéutica frustrada por insólita, tormentosa e inquietante.
Soy psiquiatra y la bancada del Frente Amplio me consultó por el precio de una terapia colectiva, y como tengo una sobrina en el Movimiento Autonomista, decidí hacerla gratis.
Llegaron siete u ocho y me estaba presentando, cuando desde la antesala escucho gritos iracundos. Salgo y mi secretaria me dice que confundió al diputado Renato Garín con Roberts, maestro chasquilla haitiano, y por eso le reclamó por la gotera en el baño de visita. Ante el error, Garín montó en cólera y sus colegas intentaron calmarlo con suavidad y hasta con arrullos infantiles, pero era tal la violencia del desdichado, que incluso mi secretaria y yo aportamos lo nuestro, con el "duérmete niño, duérmete ya, que viene el cuco y te comerá".
Maite Orsini me pregunta que por qué tengo un pequeño busto del Presidente Balmaceda sobre el escritorio, pero la saco del error: "Es Sigmund Freud".
Logramos instalarnos y Gabriel Boric se pone de pie y abre y cierra la puerta de la sala una y otra vez, porque pensaba que estaba entreabierta o quizá entrecerrada. "¿Pero no es lo mismo?", pregunto. Giorgio Jackson me mira con severidad y me dice que no.
Y Florcita Motuda convierte ese pequeño "no" en uno cantado, ululante e insoportable, que rebota en las paredes temblorosas por el desafino y el descriterio de un canto melifluo de aliento aguardentoso.
En ese momento, mi secretaria abandonó su puesto de trabajo. No la culpo.
Gonzalo Winter opina de algo, y al instante descubrimos lo que le falta.
Vlado Mirosevic afirma que Cuba y Venezuela son dictaduras y un pequeño objeto rebota en su cabeza. Me doy vuelta y miro, pero no descubro al responsable de lanzar un grano de arroz húmedo y agraviante que proviene, probablemente, de un tubo plástico y salivoso.
Pienso que son como niños, pero miro los lentos movimientos de Tomás Hirsch, y lo dejo de pensar.
Pido, antes de iniciar la sesión, llegar a ciertos consensos mínimos, ante lo cual Pamela Jiles me pregunta por mi pasado político, pues sospecha de un concertacionista discontinuado y ahora renegado, y todos me miran y le ponen precio a mi cabeza.
Garín me acusa de mercachifle y buhonero, lo que entusiasma a Florcita Motuda que mientras masca chicle camina como búho. Más se enrabia Garín, lo acusa de ignorante y para sosegarlo, la diputada Orsini le cruza un paño húmedo sobre la cabeza semicalva y Miguel Crispi algo le pide al oído, pero la respuesta fue en un idioma que no domino: "
Fuck you!".
Winter no para y opina.
Boric sobre una silla, se empina y con su brazo corto alcanza las ampolletas, porque su misión es comprobar si están bien o mal atornilladas. Giorgio Jackson me advierte: "No vaya a ser que se caiga una".
No soy capaz de soportar el cuadro.
Con lentitud y disimulo me aproximo a la puerta, abro y antes salir, les grito que Cuba y Venezuela son dictaduras.
Cierro con rapidez y escucho el rebote de decenas de granos de arroz.
Y luego un golpe enorme de algo que golpea, se cae y rompe.
Así perdí el busto de Sigmund Freud.