Tras "Labio de liebre", obra de 2015, el mayor éxito del colectivo independiente Petra y un hito histórico del teatro colombiano según la prensa local, Santiago a Mil presenta ahora "Cuando estallan las paredes", su último estreno del año pasado. Este explica que este grupo, fundado hace tres décadas por el dramaturgo y director Fabio Rubiano y la actriz Marcela Valencia, se haya erigido como el más importante de su plaza en virtud de la punzante opinión que emite desde la escena sobre la contingencia de su país.
Rubiano es una de las escrituras teatrales más notables del continente. Aunque su poderosa dramaturgia no era desconocida aquí: en 2001 el actor Néstor Cantillana debutó como director montando su "Cada vez que ladran los perros", muy anterior, tan tremenda como las mencionadas, pero sin el feroz comentario sociopolítico que éstas contienen.
Lo mejor de "Cuando las paredes estallan" es justamente su estilo de un realismo llevado al más desquiciado extremo expresionista. Rebosante de súbitos y chocantes giros, su desarrollo pasa sin transición de un sarcasmo reidero, a la espeluznante descripción de un desmembramiento o la ilustración de un acto pervertido. Todo para expresar que la crisis del país llegó a un punto en que la violencia, la corrupción, la muerte y el caos se han normalizado.
Ocurre en la mansión en que vive un acaudalado empresario ligado al poder represivo, además un refinado coleccionista de arte, junto a su familia conservadora, beata y perfecta en apariencia: madre alcohólica, hija bulímica, hijo adolescente gay. Los padres acosan, maltratan y humillan a su servidumbre, sin saber que estos son terroristas infiltrados que pronto harán volar a sus patrones con un bombazo en su auto. En los 70 minutos que dura el relato va y viene, así que el atentado se repite una y otra vez. Es una ficción deforme que uno sigue con horror dudando de cuándo la risa escandalizada será correcta. Y una conclusión más atroz aún: en Colombia el poder institucionalizado y el terrorismo continuarán así porque se nutren uno del otro.
Es sin duda un material marcado por el exceso que el elenco resuelve disciplinadamente, a veces bien, otras solo en forma aceptable. Rubiano como director no pone límites a la desmesura de la escenificación de su propio texto. Estamos pensando en los detalles -los reiterados vómitos de la hija, los gratuitos alfileres de gancho en los trajes- y en opciones más decisivas, como, por ejemplo, el retratar al jefe del comando casi como un stripper (que por lo demás ejecuta un innecesario desnudo total). Es bueno que un dramaturgo deje que su texto sea interpretado por un director externo, desde una perspectiva distante que lo enriquezca.
Teatro Finis Terrae. Hoy última función, a las 19:30 horas.