"Hacer referéndum o no hacer referéndum, esa no es la cuestión", parece ser la máxima de los líderes tanto conservadores como laboristas, ahora que se acerca la fecha en que Gran Bretaña debe salirse de la Unión Europea. En vísperas de la trascendental votación de mañana, más que hablar de consulta (aunque hay muchos en cada partido que la promueven), la discusión ha estado entre quién quiere y quién no quiere apoyar el acuerdo con la UE, o quién quiere y quién no quiere que May siga en el gobierno y se llame a elecciones.
No son fáciles las salidas para este callejón en el que -con mucha frivolidad, hay que decir- se metió Gran Bretaña, al votar a favor del Brexit. Sondeos indican que, tras casi dos años en los que sí se han discutido los efectos de una ruptura, la incertidumbre ha traído un cambio de mirada. Pero una nueva consulta parece poco factible. Los ánimos están caldeados; los conservadores, divididos; los laboristas, también, y hay una distancia visible entre el Parlamento y el Ejecutivo.
Si Theresa May no logra convencer a los parlamentarios para que apuesten por el acuerdo con la UE, sus días están contados, sea por rebelión de sus backbenchers , que la obligue a renunciar (ya no pueden votar en su contra), o porque Jeremy Corbyn tenga éxito en un voto de censura que traería el adelanto de los comicios.
En el caso de que May logre aprobar mañana su acuerdo, la incertidumbre y las inquietudes no se apaciguan, y pueden incluso aumentar. "El día después" parte con el período de transición, entre el 29 de marzo y hasta el 31 de diciembre de 2020, cuando debe estar listo el nuevo acuerdo de comercio. Si nada se concluye ahí, las "víctimas" directas serían los norirlandeses y, en cierta medida, el importante sector financiero.
Los primeros, porque quedarían bajo las normas europeas (para evitar la temida frontera física con la república del sur) y separados del resto del reino. Los segundos, porque ya no podrían operar como lo hacen ahora, y tendrían que trasladar sus negocios relacionados con la UE (como ya lo comenzaron a hacer) hacia ciudades europeas. El mundo financiero, que representa un buen porcentaje del PIB británico y ocupa a unos dos millones de personas, parece resignado a perder la primacía de los últimos 20 años en Europa.
Pero, ¿qué pasaría si, en medio de todo este revuelo, los irlandeses deciden que quieren la unificación de la isla? Podría ser el fin del Reino Unido de la Gran Bretaña tal como lo conocimos estas últimas décadas. Y le daría el triunfo al Sinn Féin, brazo político del IRA, el grupo terrorista que por años luchó contra los ingleses.
Claro que la cosa no es tan fácil. Si la aspiración de una sola Irlanda es real y crece con el Brexit, hay varios factores que juegan en contra. El primero, que Dublín sería reticente a financiar los 10 mil millones de libras esterlinas que Londres entrega anualmente al Norte, y costear la reunificación no es barato. Y segundo, que en el Ulster todavía los protestantes son más numerosos que los católicos, y no estarían dispuestos a unirse tan fácilmente a un Estado en el que serían minoría.
Eso quedaría para más adelante, cuando la demografía cambie.