El bautismo de Jesús es una escena que se nos repite a los sacerdotes todos los meses. Cuando el día de los bautismos saludo a los padres, reconozco a algunos que semanas antes conocí a la salida del templo.
En esa primera oportunidad, con el hijo en brazos, me piden que los bendiga. Me dispongo a hacerlo, pero desde hace tiempo que siempre pregunto: ¿Está bautizado? Si la respuesta es negativa, les hablo de la conveniencia de hacerlo. Y les comento que bendigo feliz a su hijo y que también lo haría si me pidieran la bendición de una mascota, un
skateboard, una guitarra, un peluche, etc. En cambio, si se tratara del bautismo, no podría administrarlo a un conejo, un gato, un auto, porque es un sacramento que solo puede recibir un ser humano, su hijo.
Quedan pensativos y se despiden. Advierten ahora la diferencia entre algo bueno y un sacramento, el abismo entre la acción del hombre y la acción de Dios, porque es en el bautismo donde se abren "los cielos" (Lucas 3, 21), baja "el Espíritu Santo sobre Él" (Lucas 3, 22) y Dios Padre lo reconoce: "Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco" (Lucas 3, 22).
Cuando converso con los adultos de la parroquia que se están preparando para ser bautizados, les pregunto ¿por qué tus padres no te bautizaron a las pocas semanas? En un alto porcentaje es por ignorancia, pero no faltan aquellos que no fueron bautizados porque sus padres prefirieron no influir en su vida religiosa y que ellos decidieran libremente cuando fueran adultos.
Si toda resolución libre es informada, los adultos de mi parroquia habrían decidido bautizarse después de un estudio comparativo de las distintas religiones y creencias, optando por la fe en Jesucristo. ¿Es así? No, la historia de cada uno es larga, difícil, y si no es por un amigo, la abuela, una enfermedad, una contradicción, etc. no se estarían preparando para ser hijos de Dios y hermanos de Jesucristo.
Lo más concluyente son las respuestas de ellos mismos:
no van a repetir lo que hicieron sus padres, porque conocer a Jesucristo no es una amenaza a nuestra libertad, sino todo lo contrario: "Decía Jesús a los judíos que habían creído en Él: Si ustedes permanecen en mi palabra, son en verdad discípulos míos, conocerán la verdad, y la verdad los hará libres" (Juan 8, 31-32).
El bautismo de Jesús es el inicio de su vida pública y no resulta sencillo de explicar: ¿Por qué quiso realizar ese gesto de penitencia y conversión junto a tantas personas que querían de esta forma prepararse a la venida del Mesías? Solo a la luz de su muerte y resurrección, es decir, de toda su vida en la tierra, este gesto de abajamiento divino es totalmente coherente: ha comenzado en Belén y terminado en la Cruz. Se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de Dios.
Las acentuaciones pastorales de la arquidiócesis de Santiago tienen por título "Es preciso nacer de nuevo". Es la respuesta de Jesús a Nicodemo a propósito del Reino de los Cielos: "Si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios" (Juan 3, 5). Una referencia directa al bautismo.
Jesús cuando habla de su bautismo hace referencia a su muerte: beber el cáliz es en definitiva morir "con el bautismo con que yo me voy a bautizar" (Marcos 10, 38). El Señor, a través de las acentuaciones pastorales, nos mueve a llevar nuestras buenas disposiciones hasta sus últimas consecuencias: "¿Puedes beber el cáliz que yo he de beber o bautizarte con el bautismo con que yo me voy a bautizar?" (Marcos 10, 38).
Solo muriendo a nuestra soberbia, a nuestra autorreferencia, al afán de poder, etc., podrá el Señor hacer renacer esta Iglesia y se abrirán "los cielos" (Lucas 3, 21) y bajará "el Espíritu Santo sobre él" (Lucas 3, 22).
"Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado, y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre Él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco".(Lc. 3, 21-22)