Virginia Cox Balmaceda (1910-2002) fue y sigue siendo una imagen tan notable, tan adelantada, tan inclasificable que se requeriría una buena biografía -género que se da poco y casi siempre mal entre nosotros- para entender, por más que sea en parte, a este personaje singularísimo, tanto en lo que respecta a su producción literaria, como en lo relacionado con la hereje y aventurera vida que llevó. La reciente publicación de sus
Obras completas, llevada a cabo por su hijo y otros descendientes, ha sido una tarea de amor, de completa dedicación y hasta cierto punto una labor cuesta arriba, porque la proximidad con la autora impedía ese tipo de trabajo que llamamos objetivo y debido a que tampoco debe haber sido fácil reunir todo lo que Virginia Cox escribió. El resultado es un hermoso compendio, muy cuidado, de perfecta factura, sin errores ni gazapos a lo largo de sus casi 700 páginas, todo lo cual, a primera vista, puede parecer algo de lo más normal, pero que, dados los actuales estándares de lo que se imprime en Chile, se traduce en un tomo impecable. Estas
Obras completas contienen, además, interesantes aportes, artículos acerca de Virginia Cox, palabras de algunos contemporáneos suyos que, sin duda, enriquecen el volumen. Sin embargo, se echa de menos la parte personal y familiar, una que otra incursión en la intimidad de esta mujer formidable, en suma, copuchas, rumores, opiniones diversas que nos acerquen, aun cuando fuese en forma tangencial, a esta figura, una figura de real importancia en la literatura chilena del siglo pasado y una intelectual que continúa siendo relevante en los tiempos que corren. Con todo, tampoco es justo pedir más de lo que se tiene y, en este caso, tenemos mucho más de lo que podíamos haber esperado.
La presente recopilación incluye las dos novelas que Virginia Cox produjo en épocas distantes de su existencia:
Los muñecos no sangran (1969) y
La torre habla (1997); tres colecciones de cuentos:
Desvelo impaciente (1951),
La antimadre (1982) y
La organillera en el barrio alto (1999);
Crónicas de viajes (1980) y el excepcional texto autobiográfico
¿Quién soy? (1980).
Virginia Cox tuvo la suerte de ser amiga muy cercana de Hernán Díaz Arrieta -Alone-, uno de los críticos de libros más leídos e influyentes en la historia de Chile. De hecho, mantuvo una extensa y vehemente correspondencia con él, que lamentablemente, no forma parte de sus
Obras completas, aun cuando, como ya lo dijimos, en la práctica deviene una imposibilidad absoluta insertar otras piezas en un ejemplar que, de suyo, es harto extenso. En el prólogo a
Los muñecos no sangran, el gran cronista de nuestras letras nos dice: "Virginia Cox es un signo de los tiempos. Y no de los tranquilizadores. El reposo constituye la menor de sus virtudes". Luego agrega: "El apetito de vivir, el placer revelado y el dolor sufrido hasta su agudeza máxima. Un paroxismo de fogonazos. Una serie de explosiones sucesivas. Correrías un tanto salvajes de adolescentes indómitos que escriben su nombre con balas en el techo". Y no vacila en situarla junto a Marta Brunet y María Luisa Bombal, emblemas de la excelencia prosística nacional durante la primera mitad del siglo pasado, para continuar con una cita que atribuye a Inés Echeverría: "Pregunto por la Revolución Francesa y me contesta la Santa Inquisición". Y Alone finaliza con las premonitorias palabras: "Ignoraba que la revolución, la verdadera revolución, encarnada en su nieta, aún tardaría más de medio siglo en estallar". En verdad, estos fragmentos resumen de manera cabal, el contenido y la forma de las dos ficciones mayores de Virginia Cox, por lo que sería redundante abundar en torno a ellas.
En cambio,
¿Quién soy? , que lleva el encabezamiento "Autobiografía", podría ser la sección más apasionante de esta compilación. Virginia Cox se nos muestra tal cual fue, sin adornos ni falsas modestias, con una frescura envidiable, con una llaneza absoluta para hablar sobre ella misma. Perteneciente a la acaudalada clase latifundista, se casó, como lo hacía todo el mundo en su tiempo, con un hombre de su mismo medio, tuvo numerosos hijos y tras una dolorosa separación, comenzó a ejercer como periodista y dio inicio a su carrera literaria ya bordeando la cincuentena. Además fue dirigente del Partido Liberal, miembro del PEN Club, donde se codeó con literatos de talla internacional o bien participó en diversos congresos en los que trató con gente decisiva en el devenir político moderno. Y por si lo anterior pareciera insuficiente, fue una viajera fanática, recorriendo Japón, Tailandia, India, Yugoslavia, Senegal y por supuesto, Inglaterra, Francia o Estados Unidos. De todo esto da cuenta en sus vibrantes
Crónicas de viajes, pero
¿Quién soy? refleja el aspecto más cotidiano, más profundo, más esencial de esta personalidad multifacética. La secuencia más dilatada de esta suerte de memorias en miniatura está conformada por los recuerdos de infancia, una infancia marcada por amores inquebrantables, graves pérdidas y también episodios contemplativos ante la belleza del paisaje, la relación con inquilinos, la descripción de los infaltables actores estrafalarios, hasta que las correrías por el campo se interrumpen bruscamente cuando es internada en un colegio de monjas. Aquí sí que nuestra narradora no tiene pelos en la lengua, aunque, en realidad, nunca los ha tenido y este rasgo agrega un valor adicional a sus
Obras completas.