"El filme de dos horas es un artefacto muerto".
Así declaraba -hace un par de semanas y muy suelto de cuerpo- Joe Russo, uno de los directores de la multimillonaria saga Avengers. El tipo se estaba poniendo el parche antes de la herida, ya que es muy posible que Endgame, el nuevo episodio previsto para abril, se acerque a los 180 minutos; pero independiente de eso, Russo tiene un punto: para el espectador de estos días, la duración no parece ser tema. Si las audiencias del siglo pasado estaban sujetas al arbitrio de los exhibidores -que necesitaban maximizar la cantidad de funciones diarias de su material para obtener ganancias-, hoy esos límites impuestos por formato se han vuelto tan difusos como flexibles. Tu película bien puede durar 15 minutos, un par de horas o, por qué no, catorce horas.
Eso, de hecho, es lo que dura "La flor", tercer largometraje del argentino Mariano Llinás, que esta semana hará su debut en Chile, en la Cineteca Nacional; pero no se preocupen, no será exhibida en una proyección maratónica, sino en tres jornadas separadas, como se hace con algunos ciclos operáticos; ello porque, en rigor, no se trata de una sola narrativa ficcionada sino de seis diferentes, conectadas entre sí porque cada "pétalo" de la cinta está protagonizado por el mismo grupo de cuatro actrices, integrantes de la compañía trasandina Piel de Lava, que se encuentran en Chile (tal como Llinás) en el marco de la nueva edición del festival Santiago a Mil. Ahora bien, a fines de la década pasada, Llinás ya había intentado algo similar, pero en menor escala -cuatro horas y media- con sus "Historias extraordinarias" (2008), tres historias ambientadas muy al interior de la provincia de Buenos Aires que daban pie a un filme tan bello como aventurero y arriesgado, y a una de las mejores películas realizadas en cualquier formato en lo que va del siglo.
¿Cómo se supera algo así? Bueno, elevándolo a la quinta -o en este caso, a la sexta- potencia. Si "Historias extraordinarias" combinaba el prestigioso concepto de las trilogías cinematográficas con la humildad e inmediatez de los programas triples en olvidados cines de barrio, los seis relatos que conforman "La flor" no solo evocan los mundos interconectados de otros filmes de talla XL como "Out 1" (1971), de Jacques Rivette, o "Berlin Alexanderplatz" (1980), de Fassbinder, sino que además funcionan como irónico comentario a la actual fiebre del cine comercial por construir "universos cinematográficos" de lo que se pueda echar mano (Star Wars, Marvel, DC, los monstruos de la Universal, etc.). En el caso de Llinás -tal como ha ido quedando claro desde el estreno de su insólita y mordaz "Balnearios", allá por 2002-, ese impulso narrativo es lo bastante feroz y fecundo como para ir desgranando una ficción tras otra; enfrentarlas, superponerlas, intersectarlas y polinizarlas hasta el infinito: el tipo no tiene necesidad de tomar prestado universos ajenos para adaptarlos a la pantalla; es capaz de generarlos por sí solo, quizás no a la velocidad que le gustaría (autogestionado de punta a cabo, el rodaje de "La flor" demoró casi una década), pero con gran intensidad, pasión y desborde.
Descansando y tomando aire después de la hazaña, Llinás ya ha dicho que su interés es mirar y sumergirse en pleno siglo XIX, en los clásicos gaucheros de la literatura argentina. El problema, según él, es que "salvo por unos cuantos actores amigos, nadie del medio sabe andar a caballo como corresponde, ni pelear a cuchillo, ni manejar sables de caballería, ni nada de las cosas que hacen falta. Habrá que enseñarles". Vaya tarea que tiene por delante. A su altura.
LA FLOR
(Argentina, 2018). Escrita y dirigida por Mariano Llinás. 808 min. En Cineteca Nacional se exhibirán las tres jornadas del filme entre el 16 y el 19 de enero. Entrada liberada.