La reciente apertura de un nuevo tramo del paseo Bandera es un excelente argumento para pensar la peatonalización del centro de Santiago. La obra es indiscutiblemente loable: audaz, alegre y bella, y recupera para el disfrute humano una lúgubre infraestructura vial. Nos hace soñar con una ciudad en donde los caminantes son protagonistas; más silenciosa, descontaminada y diversa, como los centros históricos de las ciudades europeas. Sin embargo, nuestra realidad es distinta en muchos aspectos.
No es casual que el sentido original del proyecto sea una intervención temporal. Llama la atención que las estrategias del "urbanismo táctico", tradicionalmente usadas por la ciudadanía para apropiarse de un espacio público, sean esgrimidas aquí por una autoridad local con amplias atribuciones. Por un lado está la disponibilidad de recursos materiales para ejecutar una obra definitiva, pero también, la complicación que conlleva reconvertir al uso peatonal el antiguo Camino del Inca, una arteria estructural del transporte capitalino.
La forma de damero de nuestro centro fundacional fue concebida para el expedito desplazamiento de tropas. Una ciudad trazada "a cordel", una grilla de circulaciones racionales y equitativamente distribuidas, que expandiría naturalmente su orden hacia los cuatro puntos cardinales. Aunque su continuidad fue abandonada y deformada muy prontamente, es un centro de naturaleza permeable. En contraste, las callejuelas estrechas y tortuosas de los antiguos cascos medievales europeos son fácil y deseablemente esquivables. Pero no es sencillo hacerle el quite a un centro que se ha configurado históricamente como la trama que da origen a un sistema de caminos expeditos.
Peatonalizar el centro de Santiago es un proyecto deseable, pero, a la vez, ambicioso y complejo, porque significará el sacrificio de vías de conexión estratégica. La envergadura de las operaciones requerirá una visión política decidida e integrada, que pueda planificar obras civiles mayores, como el soterramiento de vías de transporte o estaciones intermodales. La pintura de colores y las sillas de playa son fabulosas y se celebran con entusiasmo, pero apenas son el estandarte de un proyecto de ciudad que requiere de una musculatura mucho mayor.