Egreso como tal de la directora Verena Regensburger, de 26, estrenado en Munich en 2017, la propuesta experimental "Luegen" (Mentiras) ha sido bien acogida en su país y nos consta, porque tuvimos acceso a un registro de una función en Alemania, que el público germano la celebra y se ríe bastante.
Probándose al parecer por primera vez fuera de su ámbito cultural, su lado humorístico aquí funciona apenas, y la entrega en general da una impresión árida, vacía y hermética. Suma palabras, acciones y signos visuales y sonoros disociados entre sí, mientras plantea distintas ideas de interés potencial que se enredan en vez de enriquecerse mutuamente. Uno llega perplejo al final de los 75 minutos que dura, ya que entendió poco o nada y se pregunta qué diablos fue lo que vio.
La partida sin embargo promete, con una larga escena silenciosa en que vemos emerger sombras vagas en las dos ventanas ubicadas al fondo, mientras adelante se enfrentan dos mujeres jóvenes, una muy alta y otra sorda, que usa lenguaje de señas y también aprendió a hablar. Se plantea entonces como teatro de conceptos y sensaciones sobre dos seres que intentan salir de adentro hacia afuera y comunicarse con el otro, aunque sus modos de relacionarse, percibir el mundo y designar la realidad, sean muy diferentes. A cada lado hay clósets traslúcidos que dejan vislumbrar formas imprecisas en su interior, y diversos objetos a la vista están embalados en plástico, ocultos a la percepción directa.
Lo anterior ya es un tremendo tema. Hablada en alemán con sobretítulos en castellano y en lengua de señas, la obra se dirige también a público con discapacidad auditiva.
Pero a poco andar el texto parece interesarse más en la idea de que los seres humanos mentimos con frecuencia y en distintos niveles, y de que somos maestros en camuflar la sinceridad de lo que elegimos dar a conocer de nosotros mismos, con nuestros gestos, expresión facial y cuerpos. A la duda sobre la autenticidad se suma luego la de que las imágenes visuales y auditivas son de por sí engañosas. Ese panorama -no hay comunicación real posible- luce en vez de gracioso, deprimente.
Viene otra larga escena, ahora ruidosa, en la que las ejecutantes hacen ritmo con un bombo, cantan y bailan. En el último tramo, con la luz de sala encendida, las actrices hablan e interpelan directamente a los asistentes; la más alta se mete entre las filas de butacas, le dice a un espectador que él le agrada y le pide permiso para tocarlo.
No cuesta mucho desconectarse de este experimento post teatral y post dramático disperso y confuso que, saltando de una cosa a otra, nunca se concentra en nada ni llega a tener un sentido específico.
Teatro UC. Hoy última función, a las 17:00 horas.