Estrenada hace un año, "Lobo" -que repone Santiago a Mil- demuestra que el interés que despierta es superior a la suma de sus muchas contradicciones y faltas de lógica interna y de estilo, de las cuales al parecer nadie se percató. Funciona mucho mejor a nivel metafórico que como denuncia moral y política de raigambre realista, como se la anuncia; y sin duda su mayor sostén es el desempeño de sus dos ejecutantes, en especial Luis Dubó, notable en su rol.
Es una pieza breve escrita por Patricio Yovane, quien codirigió la puesta con Andrea García-Huidobro, responsable de al menos seis montajes, pero que nunca ha podido equiparar su estupenda versión de "Locos de amor", de Sam Shepard, hace un lustro. La idea sugiere que sus gestores, teatristas en los 30 años, intentan escarbar en el trauma de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por el régimen militar, que ellos solo conocieron de oídas. Pero ese es quizás solo su pretexto.
Todo sucede en la pieza que comparten un veterano exCNI y una veinteañera, en apariencia su conviviente. Luego la rara pareja mantiene una tortuosa relación de mutua dependencia; incluso ella permanece encerrada. La trama se despliega en un tono naturalista: acción en tiempo real, luz natural de una lámpara de velador, sonido trabajado en forma estereofónica. A poco andar, señales contrarias sugieren cosas bien distintas. Aunque a Mario lo oímos llegar en auto, quizás está encarcelado (y hasta hay una mención al cierre de Punta Peuco). Pronto se revela que Ximena no es un personaje concreto, sino la presencia espectral de una joven a quien hace años torturó, violó y tal vez asesinó en un campo de detención después de tener un hijo de él. Puede que el criminal haya negado todo, pero no puede borrar los fantasmas de su pasado y el peso de la culpa de las atrocidades que cometió contra esa chica en particular.
Pese a que nunca abandona su registro realista, a estas alturas la obra opera más bien como un cuento de terror sobre las violencias ejercidas hoy por el mundo adulto contra los jóvenes. Si hablamos de un lobo, la frágil Ximena se erige en una variante simbólica extrapolada de Caperucita, víctima nada ingenua de los más variados temores y restricciones más severas (quien además contrajo el llamado "síndrome de Estocolmo", la atadura emocional y hasta erótica contra su voluntad, de un rehén por su verdugo).
Los creadores jóvenes olvidan a veces que hasta las ficciones más fantásticas deben respetar una cierta lógica. Si lo que presenciamos es en parte una alucinación de la conciencia atormentada del exmilitar, como queremos creer, y este de veras se halla cumpliendo condena, ¿de dónde sacó el revólver que pone punto final a la intriga?
Teatro La Comedia, a las 21:00 horas. Hoy, última función.