Cuesta entender las razones detrás de la profunda división del Consejo de Presidentes de la ANFP. No parece haber en los dos bloques en pugna más argumentos que ostentar el poder, porque en las pasadas elecciones no hubo posturas confrontadas. Aparecen en ambos grupos los poderosos representantes de jugadores que, de hecho, fueron articuladores de la búsqueda de votos. Antiguos enemigos irreconciliables ahora fueron aliados, y una lectura adecuada de las elecciones se hace imposible, porque todo se hizo en secreto, como ya es acentuada costumbre. Y se decidió en una pausa para almorzar que se utilizó para articular, presionar y negociar con un canapé en la boca y una copa de espumante en la mano.
Todo, entonces, parece reducirse al dinero y al solitario voto que inclinó las elecciones a favor de un grupo, en este arcaico sistema de elección que le entrega todo al ganador y nada a los opositores, por más estrecha que sea la correlación de fuerzas. La impugnación a la directiva de Moreno surge, entonces, de rivalidades profundas en torno a clubes que perdieron -o perderán- la repartija del botín. San Marcos de Arica no se resigna a destetarse; Santa Cruz y Barnechea quieren aferrarse al manantial dorado. Lo que resta es alinearse de uno u otro bando, donde no se perciben los buenos de los malos.
Habrá en el cambio de mando palabras de buena crianza para disimular lo que es evidente: una fractura que solo se explica en el afán de controlar la fuente de la riqueza. Una bonanza que está asegurada por millonarios contratos que descansan en dos productos que requieren más atención directiva: la selección -que tras su eliminación del Mundial perdió capacidad competitiva- y el torneo local, que ofrece muy pocas fechas para tanta inversión.
El balance de Arturo Salah al dejar la testera será favorable por argumentos ya esgrimidos: aumento de público en los estadios y normalización del ejercicio administrativo tras el temporal Jadue. Pero poco se avanzó en infraestructura propia, en definir nuevos productos atractivos (la Copa Chile ni los clubes la toman en serio) y en hacer transparencia sobre una industria que, aceleradamente, proyecta más sospechas que virtudes.
Aún siendo el primer presidente con pasado futbolístico y técnico, no pudo Salah imponer una cultura organizacional que tendiera al desarrollo del producto, que promoviera el surgimiento de mejores jugadores y que priorizara la formación (en el amplio sentido, partiendo por los entrenadores). Fue abducido por los empresarios y las concesionarias que priorizan su negocio sin ningún contrapeso institucional o moral.
Lo lamentable es que el nuevo timonel, Sebastián Moreno -un nombre surgido tras la caída de varias alternativas frustradas o declinadas-, asumirá no solo con ese lastre, sino en un clima de beligerancia e ingobernabilidad demasiado evidente. Y que, en ausencia de sustento, solo provoca confusión y dudas.