El segundo tomo de los
Cuentos completos, de Rubem Fonseca (1925), lo muestra en su plenitud artística, en el momento más decisivo de su carrera, en el período que va desde 1992 a 1998, y en un momento muy especial en su trayectoria y su producción libresca, cuando logró ser reconocido, nacional e internacionalmente, como una de las figuras literarias más importantes del pasado medio siglo. A diferencia del volumen anterior, que inicia la serie de la totalidad de su corpus dedicado al género breve, aquí no hay asomo de inseguridad ni sobresaltos, nada es prescindible, todo es perfecto o cercano a la perfección y este libro solo nos entrega obras maestras y, en concreto, 37 obras maestras. Queda todavía por publicarse una tercera parte de sus
Cuentos completos, que comprende siete colecciones de relatos cortos, la última de las cuales fue publicada en 2017, o sea, cuando Fonseca tenía la juvenil edad de 92 años. En otras palabras, aparte de ser un escritor brillante, inimitable, de inmediata llegada al lector gracias a su honestidad, quizá el máximo exponente de lo que se ha llamado realismo visceral, Rubem Fonseca también es un milagro. Porque resulta imposible encontrar otro vocablo para describir el inaudito fenómeno de alguien que, ya bordeando el siglo de vida, conserve la lucidez y la maravillosa capacidad inventiva que refleja, tanto en sus novelas, como en la inmensa mayoría de sus trabajos realizados a primera vista al correr de la pluma, si bien son fruto de una extensa y riquísima preparación.
Resumir estas tramas que, como lo dijimos, son todas, sin excepción, piezas fulgurantes, puede resultar un ejercicio titánico, descontando el hecho evidente de que resulta imposible hacerlo. Solo diremos que a lo largo de más de 500 páginas, sin abandonar su predilección por los temas agresivos, sórdidos, que reflejan las terribles condiciones de los barrios pobres en Río de Janeiro, sin caer jamás en el sentimentalismo barato o la prédica desvergonzada, ahora Fonseca se revela como un autor cultísimo, con abismantes o peregrinos conocimientos y de una sofisticación estilística que, salvadas las diferencias de lenguaje y contexto social, hacen recordar a Henry James, Edith Wharton o cierto Proust.
Es el caso de "Llamaradas en las tinieblas", subtitulado "Fragmentos del diario secreto de Teodor Konrad Nalecz Korseniowski". Este fue el nombre legal del novelista polaco-inglés Joseph Conrad y él es el protagonista de estos retazos excepcionales, de una violencia intelectual inusitada, que es aquella que los narradores consagrados suelen dirigir en contra de quienes fueron sus discípulos. Poco a poco, nos enteramos de que Conrad, hacia 1920, ya instalado como el más grande escritor de Gran Bretaña, es presa de una obsesión. Pese a que en sus inicios apoyó al trágico prosista norteamericano Stephen Crane, siempre le tuvo una envidia feroz y nunca pudo tolerar que, al menos durante una corta época, tal vez le hizo sombra al creador de
Lord Jim. En forma forense, sin aspavientos, Conrad comete crueldad tras crueldad en contra de su colega, mucho más joven y desventurado que él. La crónica constituye uno de los retratos más virulentos de eso que se ha dado en llamar rivalidad entre hombres de letras. "La santa de Schöneberg" aporta elementos religioso-ocultistas en un episodio que tampoco es típico de Fonseca. Pero en "Novela negra" vuelve a las andadas y nos entrega la dosis de tremendismo, entremezclada con ironía a la que ya nos tiene acostumbrados.
"Nunca pensé que un día me pedirían que matara a una persona, pero eso me pasó ayer. Hasta hace dos días alquilaba un cuartucho en una casa vieja en el centro de la ciudad, pero me echaron fuera. Ahora estoy aquí en la estación de autobuses, sentado en un banco, fingiendo que espero un camión" es el promisorio comienzo de "El agujero en la pared" que da título a la segunda colección de episodios incluida en estos
Cuentos completos. Y ningún lector, ni siquiera el más timorato, se arrepentirá de abordar esta escalada de insensata brutalidad, de vehemente furia.
"Familia", que forma parte de la selección llamada "Historias de amor" es posiblemente la intriga más cínica, más amoral, más desvergonzada de cuantas Fonseca ha imaginado, aun cuando la diferencia de "Familia" con respecto a otros textos del narrador, consiste en que ni una gota de sangre se derrama en esta singular fábula. Dora es hija de multimillonarios y mientras cursa estudios en un exclusivísimo instituto, conoce a Eunice y se enamora de ella. Ambas elaboran un plan para ser felices, liquidar a cuantos se interponen en su camino y finalizar dejándonos con la boca abierta ante semejante maldad, o quizá habría que decir esa diabólica capacidad que poseen ciertas mujeres para deshacerse, con total irresponsabilidad, de quienes son un estorbo, por más que se trate de seres muy cercanos.
"La cofradía de los espadas", de 1998, es la última antología de este ciclo y además lleva el nombre de una de las ficciones más famosas de Fonseca. Perturbadora, anárquica, concebida en una perspectiva un tanto clínica y políticamente muy incorrecta, la cofradía alude a un grupo de hombres cuya única finalidad en la existencia es el sexo, por lo que recurren a un método infalible para que sus andanzas fructifiquen, sin perjuicio de lo que pase con las víctimas. Así, esta segunda secuencia de
Cuentos completos de Fonseca es un triunfo en todo el sentido de la palabra.