Al comenzar cada nuevo año, la Iglesia nos invita, en su liturgia, a celebrar la fiesta de la Epifanía del Señor. Epifanía es la expresión de Dios, que estaba oculto y se nos manifiesta en la pequeñez de un niño envuelto en pañales en un pesebre de Belén. Los magos reconocen en este niño la manifestación del amor incondicional de Dios por los hombres. En el pesebre no contemplamos la grandeza de un hombre poderoso, que hace milagros y nos viene a solucionar la vida, sino que contemplamos la grandeza del amor de Dios que se hace hombre por nosotros.
El año 2018 nos deja importantes desafíos, que van desde las crisis internacionales, como la de Venezuela y Nicaragua, hasta cuestiones nacionales, como la impensable crisis de confianza en la institución de Carabineros de Chile, o la tan deseada paz y fraternidad en la Araucanía. Nos desafía la reivindicación del rol de la mujer y también de las minorías étnicas. La crisis de la migración es a nivel mundial, y esto nos desafía asimismo en nuestras propias actitudes: aprender a acoger con dignidad y caridad al migrante. En la Iglesia necesitamos que continúe este tiempo de renovación, pero no solo de la jerarquía, sino la forma en cómo nos relacionamos cada uno con el mundo y con el poder, y el lugar que damos a los pobres y marginados. Es lo que conocemos como los signos de los tiempos, que nos llaman a la conversión.
Están sucediendo muchas cosas y necesitamos levantar la mirada y descubrir cómo el Señor se manifiesta en ellas.
La estrella que guió a los magos venidos del Oriente es muy significativa. Se han gastado muchas fuerzas preguntando a la ciencia y la astronomía qué es esta estrella. Pero nos equivocamos si pensamos que debemos mirar el firmamento para descubrirla, más bien debemos mirar las Escrituras. Es en el libro de los Números donde el oráculo de Balaán anuncia que vendrá la estrella de Jacob, que será el rey que gobernará Israel. La estrella indica a Cristo en Belén, Él es el sol que nace de lo alto, Él es la luz del mundo, la luz verdadera que ilumina a los hombres. Hay tantas estrellas falsas que nos encandilan, creaciones nuestras que terminamos poniendo como dioses, o personas a quienes ensalzamos y nos impiden ver a Dios. Incluso hay tantas caretas falsas de Dios que hemos ido construyendo y acomodando a nuestro gusto. En fin, necesitamos fijar la mirada en Cristo, para descubrir el verdadero rostro de nuestro Dios.
Siguiendo a esta estrella están los magos venidos del Oriente, quienes desde siempre han recibido un cariño especial de los cristianos. Se les ha pintado en muchos templos desde la antigüedad, y se les atribuyen muchas cosas que no aparecen en la Biblia: se les ha llamado reyes, se dice que son tres, se les ha dado el nombre de Melchor, Gaspar y Baltazar. Lo cierto es que ellos contemplan la creación y ante la novedad levantan la mirada hacia el cielo. Todos ven la estrella, pero solo ellos se fijan en ella y descubren que les habla de Dios.
Nosotros no nos damos el tiempo de ver con detención la creación ni la realidad, sino que pasamos la mirada por la superficie. O la estudiamos desde la ciencia, preguntándonos demasiado de qué está formada y cómo poseerla, pero no preguntándonos para qué existe. Es necesario recuperar la capacidad de asombro ante la belleza de la creación y de los acontecimientos que nos hablan a gritos de Dios. Estos hombres sabios del Oriente nos enseñan a contemplar, levantar la mirada al cielo y seguir esa inquietud interior que nos pone en movimiento, en búsqueda de Dios.
Al comenzar este nuevo año, dejémonos sorprender por Dios que se nos manifiesta tanto en la creación, como en la historia y en los signos de los tiempos. Sobre todo, se nos manifiesta en lo sencillo de cada día, como lo hizo en Belén a los magos. Que este nuevo año sea un tiempo de seguir esa inquietud interior de buscar sinceramente a Dios. Y que sea un tiempo de bendición y de conversión para todos.
"Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle".(Mt. 2, 1-2)