Si alguien se tienta en comparar "La Esposa" -esa película en la que brilla Glenn Close- con "Madame et Monsieur Adelman" puede hacerlo: ambas escarban en el patio trasero de un matrimonio conformado por un escritor exitoso y la mujer tras su inmensa sombra.
Pero este filme franco-belga, que transita de la comedia desopilante al drama retorcido, construye una trenza ambigua de amor, desamor, trampas y talentos compartidos ¿o robados?, con los suficientes giros como para impedirnos sacar conclusiones apresuradas.
Comienza en el aparatoso funeral de Victor, incluida la recepción en la inmensa casona de campo de los Adelman por donde circula y corre gente de todas las edades posibles. La dueña de casa, una mordaz Sarah -la viuda- recibe, cigarrillo en ristre, a un muy bisoño periodista en el sagrado escritorio del fallecido, para contarle la historia de los 45 años en los que ambos convivieron en este mundo, a partir de 1971.
Construida desde el raconto -en 14 capítulos y un epílogo-, el relato en off de Sarah va siendo cómicamente desmentido por las imágenes. El mecanismo juguetón funciona como otra interesante manera de desmontar las verdades oficiales. En algún momento, narración oral y escenas se alinearán, pero ello habrá sembrado en el espectador una razonable duda. Lo que se nos cuenta, quien sea que fuese el narrador, al final ¿será la verdad?
Por de pronto, entendemos que de jovencita Sarah es una oscura aunque entusiasta estudiante de Letras -y aparentemente una muy buena editora-, de grandes anteojos y muy poco atractiva, que se rinde ante la prestancia de Victor. Más por voluntarismo de ella que por otra cosa, la pareja -que se conoce en una disco- terminará unida.
Las peripecias de aproximación de Sarah a su objeto de deseo son torpes, graciosas y audaces. Hay secuencias imborrables, como la cena de Navidad en casa de los padres de Victor (¡ese diálogo en la mesa!).
El optimismo imbatible de Sarah, su habilidad y energía como editora impulsan la carrera de su marido, aunque al principio él parece resistirse a tan decidida intromisión.
Los realizadores y protagonistas de la película -Nicolas Bedos y Doria Tillier, pareja en la vida real- construyen su ópera prima mezclando realidad, fantasía, mentiras y memoria tramposa, en proporciones aleatorias. Como en la vida misma. Todo sazonado con fiestas, música, paseos, cine y tecleo en la máquina de escribir.
A partir de ello, y recolectando ciertos signos perversillos que se asoman de vez en cuando, el espectador -no sin poco asombro- concluirá que no es tan fácil distinguir a víctimas de victimarios; ingenuos/as de pillastres; aprovechadores/as de aprovechados/as.
El desparpajo, la incorrección y la soltura con que los realizadores desacralizan a sus personajes rompen los moldes de la comedia romántica dramática tal como la conocemos. Incluso añadiendo algo de sano desconcierto y bastante sexo sin estilización alguna.
Aunque sea de forma alocada, por momentos con una pizca del estilo Woody Allen -la breve etapa burguesa de los Adelman es surrealista-, la película se introduce sin anestesia en la reflexión sobre el talento, el éxito, el ego y, por cierto, las complejidades de las relaciones de pareja. Y encuentra un modo original de aproximación a ello a partir de sus singulares protagonistas.
Por de pronto, Sarah es un exquisitamente retorcido, risueño y fascinante personaje. Ya por ello, la película vale mucho la pena.
Muy entretenida.
(Lunes 7, Festival Cine Wikén, Parque Bicentenario. Estreno en salas, 31 de enero: El Biógrafo; Cinemark Alto Las Condes, Portal Ñuñoa, Viña, Concepción; Cine Arte Viña del Mar).