Llega el verano y en el litoral central, en las plazas y costaneras de los pueblos sureños, en La Serena y en Iquique se abre la temporada de las autodenominadas "ferias artesanales". En los balnearios, en especial, cunden estos espacios con aroma a incienso mezclado con el olor de los churros y del aceite de coco. Allí están los juguetes de origen asiático, las linternas con rayo láser, los afiches de "héroes" latinoamericanos, las pistolas de balines, los chalecos peruanos producidos en serie, los accesorios para pasar por surfista californiano, las prendas estilo " hippy -andino" y las imitaciones baratas de bolsos de marcas extranjeras.
Son un imán irresistible para niños y jóvenes de vacaciones. Y para los padres de familia, que deben acudir y soportar dos pataletas aseguradas: la primera para que se le compre el juguete al niño, la segunda cuando, en un plazo de pocas horas, el juguete se rompe o ya no funciona. Y sí, se pueden encontrar algunas piezas artesanales, pero son las menos.
Qué distinto a lo que buscaba hacer Lorenzo Berg Salvo, uno de esos "héroes desconocidos" de Chile. Berg estudió en la Escuela de Artes y Oficios y después en Londres, fue escultor -pionero del land art - y dedicó su vida a promover la artesanía tradicional chilena, en sus vertientes urbana y rural. Fue uno de los precursores en la valoración de estas expresiones y en recorrer el país buscando artesanía auténtica. Con generosidad y agudeza estética, reconoció y apoyó a distintos artesanos, como el famoso "Manzanito", que tejía en mimbre inolvidables figuras de aves, animales y peces.
Hasta la mismísima Violeta Parra tenía su puesto en las "Ferias de artes plásticas" del Parque Forestal, que partieron en 1959 y en las que se mezclaban artistas y artesanos. Fue una de las primeras iniciativas en que participó Berg, quien luego organizó distintas ferias, hasta culminar en la Feria de Artesanía Tradicional del Parque Bustamante, bajo el alero de la UC. Una valiosa iniciativa que ya lleva más de 40 años de existencia y que nació de una propuesta del arquitecto Patricio Gross a Lorenzo Berg, quien veló hasta su muerte por cada detalle del encuentro.
La estampa alta y amable de Berg solía divisarse compartiendo un mate con algún artesano. O caminando a través de la feria, entre la cestería de boqui, las piezas de crin de Rari, la cerámica campesina de Lihueimo y la greda negra de Quinchamalí. Eran también habituales sus largos diálogos con artesanos de Santiago, como el "volantinero mayor" Guillermo Prado, cuyos coloridos volantines tanto apreciaba Nemesio Antúnez.
Hasta el día de hoy existen artesanos que dejan flores en la tumba de Lorenzo Berg en el Cementerio General, donde se emplaza un sencillo monolito en su recuerdo. En 2019 se cumplen 35 años de su muerte. Hay que recordarlo. Y saber distinguir, como lo hizo Berg, la paja del trigo. En especial bajo el sol del verano.