Estamos en los días "bisagra" entre el año que se va y el que viene. Es tiempo de evaluación pero también de proyección. Seguramente muchos podemos experimentar que en este año que se acaba Jesús se nos perdió en algunos momentos del camino.
Creíamos que iba con nosotros, que estaba en nuestra "caravana" y, por inercia, seguimos caminando como si nada, convencidos de que "vamos bien". Quizás seguimos avanzando con "piloto automático" sin darnos cuenta que el dinamismo de la vida nos exigía una y otra vez buscar a Cristo para ponerlo en el centro.
Este fenómeno también toca a nuestra cultura.
Hemos vivido un año donde los signos del tiempo nos hablan de una cultura que progresivamente prescinde de Dios y donde muchos incluso ya no lo extrañan. Sería incompleto culpar de esto solo a los escándalos recientes. El derrotero es más complejo. Tiene que ver con la pérdida de sentido, con la secularización creciente, con el individualismo instalado, con una fe vivida con "piloto automático", con un cristianismo de "sofá" -acostumbrado a vegetar- y con la autosuficiencia de los católicos por ser mayoría. Estas y otras causas fueron debilitando la relación entre la cultura actual y la fe. ¿Cómo enfrentar la "pérdida" de Dios?
La misma Sagrada Familia nos da algunas claves en el Evangelio de hoy al narrar cuando Jesús, aún niño, se les perdió.
Lo más evidente es que José y María empiezan a extrañar a Jesús. La ausencia de Dios genera un vacío que progresivamente se nota, aunque el trajín de la vida diaria no lo deja ver con claridad. El extravío de Dios provoca en el hombre -y en la cultura- una verdadera nostalgia. Pero, este "echar de menos" a Cristo no es suficiente si no se traduce en una actitud proactiva: ir a buscarlo. Para recuperar la presencia sensible de Cristo en la propia vida no basta esperar, no podemos ser pasivos, porque con esa actitud simplemente llegaremos al destino sin Dios. No creo exagerar al señalar que ser cristiano implica una constante búsqueda de Dios, no solo para encontrarlo, sino también para hacer un nuevo camino con Él.
Cuando lo empezamos a extrañar y crece la nostalgia de Dios, está la tentación de contentarnos con sucedáneos o con una fe licuada para que la búsqueda del Señor no nos implique cambiar de dirección o dejar ciertas costumbres o comodidades que hoy nos parecen imprescindibles. Por ello, no solo basta buscarlo, sino también hay que ser valiente en reconocer que algo hice o dejé de hacer para que se me perdiera Cristo, y hay que tener coraje para enmendar, haciendo un nuevo camino acudiendo para ello a las fuentes de la fe, a la radicalidad del Evangelio.
Hay otro dato relevante que nos narra el Evangelio de hoy.
Cuando los padres de Jesús llegan al templo comprenden que eran ellos los que estaban perdidos. Jesús, en cambio, estaba en su lugar: "En las cosas de su Padre" (cf. Lc. 2, 49. Sin duda esta es una interpelación a que discernamos, de cara a Dios, acerca de nuestras 'caravanas'. Por muy buenas que sean nuestros caminos, hemos de dilucidar si en esas caravanas y caminos estará el Señor. La pregunta de San Alberto ayuda: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Responder esto es básico para emprender cualquier 'caravana'.
Pidámosle al Señor en la noche 'bisagra' entre año y año, que nos ayude a tener nostalgia de Él, a redescubrirlo en la vida diaria, que nos de fuerzas para enmendar caminos y seamos auténticos buscadores de Dios. ¡Que tengan un feliz Año Nuevo!
"Entonces Él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? Más ellos no entendieron las palabras que les habló. Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres".
(Lc. 2, 49-52)