Este es cine negro a la francesa. Es decir: los sabuesos no son investigadores privados, sino policías; los bandidos no son de gran calado, sino más bien pandillas, con presencia árabe y de África francoparlante; la gente lee, y muchas pistas se encuentran en títulos, citas o fotos de escritores; y las motivaciones no son codiciosas, sino sexuales.
El adolescente Dany Arnault desaparece de su casa antes de llegar al colegio. Su madre, Solange (Sandrine Kiberlain), desespera, con una hija discapacitada y un marido ausente. El caso queda en manos del comandante François Visconti (Vincent Cassel), adicto al whisky, separado de una mujer a la que adora y padre de un hijo metido hasta el cuello en la droga. La ausencia de Dany se vuelve más urgente cuando se sabe que otros niños del mismo colegio se han unido a los yihadistas.
Dado que no hay rastros del muchacho, el comandante Visconti comienza a prestar atención a un profesor, Yann Bellaile (Romain Duris), que no solo cree tener la clave de la desaparición -la fuga de un hogar asfixiante-, sino que además se entromete en la investigación más allá de lo que cualquiera consideraría prudente. O es el cordero que entra en la cueva del lobo, o es el lobo que se presenta con aspecto de cordero. Por supuesto que esto no se sabrá hasta el final, aunque el relato siembra indicios aquí y allá; en esto es bastante leal, porque no se propone engañar al espectador, sino solo emborracharle la perdiz. Bellaile se convierte en la némesis de Visconti, y a partir de cierto punto, la película comienza a girar entre los dos.
A medida que avanza, el ambiente se hace más oscuro y pasa de las casas a los sótanos. Visconti, como el cine negro lo exige, pierde distancia con el caso, se involucra, se obsesiona, se marea. Bellaile, igual de obsesivo, no sabe muy bien si atraviesa por una situación literaria o por un desequilibrio psiquiátrico.
Este es el regreso del mal portado director Érick Zonca, que tuvo su relumbrón con
La vida soñada de los ángeles y que en los 20 años siguientes no filmó más que dos películas. No es un cineasta muy fino: le gustan los tonos fuertes, las sombras, las zonas de confusión moral. Es más propenso al psicologismo que al simbolismo. Por ejemplo: si el rostro del profesor Bellaile se desdobla en el reflejo de una ventana, es porque está confundido, no porque sea un caso de doble personalidad.
Zonca forma parte de una tradición naturalista que exige que el mal esté distribuido, que se asegure de antemano la miseria general de la condición humana. Por eso no es raro que permita la desmañada sobreactuación del versátil Vincent Cassel. Y que también se juegue todas las cartas a las dobles sorpresas finales. Es el tipo de películas que cuando se las ve por segunda vez empiezan a gritar por las costuras.
Fleuve noirDirección: Érick Zonca.
Con: Vincent Cassel, Romain Duris, Sandrine Kiberlain.113 minutos.