Uno de los efectos colaterales negativos de los cambios en materia de educación escolar que se promovieron y aprobaron durante el segundo gobierno de la Presidenta Bachelet es haber sepultado toda iniciativa y debate respecto de la necesidad urgente de intentar una reforma profunda a la enseñanza escolar chilena: dejó la falsa impresión de que esa reforma ya se hizo. Después de la "revolución de los escolares", que movilizó al país entero durante media década, si se mira el panorama actual, considerando los resultados y cómo se distribuyen socialmente, en lo sustancial, todo sigue igual. Pero la inmovilidad es más profunda.
La clase dirigente, el Gobierno, la oposición y el oficialismo -salvo escasísimas excepciones- trasladaron su atención hacia otros temas, pues astutamente quizás se dan cuenta de que la reforma educacional técnicamente no es fácil de abordar y no brinda dividendos políticos inmediatos. Es mejor, entonces, me parece intuir su mentalidad, hacerse el leso, es decir, comportarse como si no pasara nada, ya que la máquina educacional actual funciona, aunque mal o mediocremente, al menos funciona, dejémosla así nomás por ahora, un "por ahora" que se puede prolongar por años y décadas.
Este abandono es una de las negligencias más graves en que pueden incurrir aquellos a quienes les toca la conducción del país, puesto que, además del daño causado a cada alumno o alumna que egresa con una formación mala, se embarga el desarrollo futuro de la nación.
La proliferación de
rankings de colegios según los resultados obtenidos en la PSU, la exhibición jactanciosa de los alumnos con mejores puntajes, la disputa indecorosa de las universidades por capturar a los más altos, con el propósito de acrecentar sus propios
rankings, olvidan lo esencial: que esa prueba no refleja niveles de educación.
Un colegio puede proporcionar una mala educación y, al revés, ser muy eficaz en la preparación de sus alumnos para que rindan exitosamente esta prueba. Se confunde erradamente una prueba de admisión a la educación superior -cuyo diseño admite reparos importantes- con una prueba de egreso de la enseñanza escolar. La calidad de la educación escolar chilena, al momento en que el proceso termina, no se mide en Chile, pero todos, incluidos los rectores de las universidades, la declaran insuficiente y, según ellos, la excesiva cantidad de asignaturas que debe cursar un alumno universitario se justifica por la necesidad de remediar las falencias de aquella. ¿Es conveniente este pretendido acoplamiento entre la educación escolar y la educación superior? ¿Culmina aquella y adquiere sentido en función de la universidad y solo debe enjuiciarse según sirva o no para esta?
La educación escolar debe recuperar un sentido propio y autónomo y para ello, sin dilación, es preciso replantearla en sus objetivos, contenidos y modos de enseñanza.