Recibo en la calle un folleto municipal con sugerencias de seguridad para los días de fin de año, todas cosas muy razonables como cuidar la billetera, caminar atento al tránsito peatonal y vehicular, repartir la plata en más de un bolsillo. Como se podría haber predicho, al reverso de la lista de consejos viene un dibujo como de suplemento infantil o de cartel de jardín infantil: un viejo pascuero enfrentando a un ladrón. Ambos individuos aparecen como inofensivos y simpáticos.
Es asombrosa la idea que las autoridades tienen de la edad mental de sus votantes. Cada vez que invierten recursos en campañas masivas acuden o a la caricatura tierna, o al mensaje de compadre, a lo que suponen que es el habla juvenil o a obviedades didácticas. Muchas veces los periodistas de los matinales secundan con entusiasmo estas iniciativas, enseñándonos cómo abrigarnos en invierno y advirtiéndonos, ante una ola de calor, que debemos buscar la sombra, ponernos ropa liviana, usar bloqueador e hidratarnos, cuestiones que -hasta donde yo me he dado cuenta- todos ejecutamos espontáneamente sin necesidad de monitores.
El rubro de los instructivos, en todo caso, es bastante gracioso, sobre todo en los casos de instrucciones concebidas para administrar la conducta general de la gente en la calle. Lo mismo vale para la campañas. Hace unos cinco años, una asociación dedicada a temas de seguridad sacó un afiche para desincentivar el uso de tacos altos por parte de las mujeres. Los autores manejaban estadísticas de esguinces, fracturas, porrazos y otras eventualidades asociadas a la costumbre de caminar sobre soportes tan inestables. Estos accidentes le costaban al país cierta cantidad de millones anuales.
En la "libreta de comunicaciones" que se repartía en mi colegio, en la parte inicial nos alarmaban con indicaciones y prohibiciones y sanciones espantosas. Los detalles del uniforme obligatorio estaban expresados con una rigurosidad hedónica???: se deducía de cada frase que el oscuro redactor disfrutaba la especificidad, el milímetro, la precisión técnica. Sólo uno de los enunciados era ambiguo y desconcertante: "Los calcetines deben ser azules o de cualquier otro color".
Recuerdo haber participado en discusiones hermenéuticas sobre este punto, al lado afuera del colegio, junto al busto de Juan Nepomuceno Espejo. Alguien, tratando de encontrarle algún sentido a la indicación, opinaba: "Lo que el tipo está expresando es una preferencia -el color azul- en un ámbito de libertad multicolor. O sea, nos dice tácitamente que se sentiría muy gratificado si nuestra elección del color de los calcetines coincidiera con sus gustos".
Pero hay una observación importante: tuviéramos nueve, diez u once años a nadie en ese colegio, en esa época (comienzos de los 70), se le hubiera ocurrido tratarnos de manera infantilizante. Nada de dibujitos amorosos para nosotros. Antes bien el trato que nos daban era el que se reserva a adultos ultra-responsables, a sospechosos o a presidiarios en vías de rehabilitación.