Hablar de integración en la ciudad presupone hacer cuajar tres variables: la social, la económica y la espacial. Hablamos de integración social porque la diversidad humana, en todos sus matices etarios, corporales, de culturas, creencias, costumbres y preferencias, se enriquece y potencia cuando se convive con respeto y tolerancia. En la antigua Grecia se llamó sinecismo al proceso mediante el cual los grupos y tribus, antes aislados, decidieron agruparse para formar una polis. La ciudad se diferenció así de la aldea primitiva porque ya no estaba integrada por miembros de un mismo clan, sino por un grupo de desconocidos con objetivos comunes.
Hablamos de integración económica porque la ciudad se configura como una geografía de capitales que produce espacios aventajados en desmedro de otros. La integración no solo es un crisol en donde confluye el arcoíris de los colores humanos, sino la posibilidad de contactar la oferta y la demanda; la necesidad y la oportunidad. Algunas de las primeras ciudades se originaron en lugares de mercado, encuentros de caminos en donde las tribus libres intercambiaban mercancías, hasta que, un buen día, abandonaban la producción para instalarse definitivamente como intermediarios.
Y hablamos de integración espacial porque en la ciudad todo sucede sobre un lugar determinado. Hacer una ciudad integrada no solo es poner a los más vulnerables más cerca de las oportunidades, ni celebrar la convivencia de diversidades... pero todo bien allá, todo lo más lejos posible de mi patio. Hablar de integración en la ciudad implica comprender que los espacios determinan las ventajas y posibilidades de las personas, las redes que pueden formar y los futuros que pueden forjar más allá de sus capacidades y talentos. Implica entender que el espacio urbano de calidad es un derecho y que debe estar a disposición de todos por un asunto de justicia. Que los espacios de privilegio -salud, educación, cultura, trabajo- deben ser compartidos en pos de un interés común, que busca un desarrollo sustentable y equitativo. Abrazar la integración urbana implica romper las burbujas del confort y reivindicar el sentido esencial de la voluntad humana por vivir en ciudades: construir comunidad con el otro, en este aquí y en este ahora.