Marco Bellocchio es un cineasta entrañable. Desde que su
Puños en los bolsillos, película rabiosa como hay pocas, sacudió a Italia a mediados de los 60 con sus personajes invadidos por enfermedades hereditarias hasta el punto de que la idea misma de familia se transfigura en una gran enfermedad, se supo que había en él un vigoroso temperamento fílmico fuera de lo común.
Su obsesión ha sido siempre la familia, incluso cuando ha tratado de los jirones de familia que funda el
Duce Benito Mussolini durante su ascenso al poder, en
Vincere. Dentro de su perfecta italianidad, la familia de Bellocchio tiene un centro y una esencia: la madre.
En La hora de la religión, quizá su película más inspirada, un ateo debe hacerse cargo del proceso de canonización de su propia madre, a la que siempre ha detestado.
En
Felices sueños, Massimo (Valerio Mastandrea), que de grande será un periodista deportivo, crece convencido de que su madre ha muerto a los 38 años de un infarto fulminante. El niño aterrado, enfrentado a un vacío sin fondo, se niega a aceptar que la madre ya no está y se refugia en el imaginario
Belfagor, un enmascarado con rasgos femeninos que vive en las sombras del Museo del Louvre (
Belfagor fue una serie de la televisión francesa con inmensa popularidad en Europa desde su estreno en 1965). Pero crece. Y el misterio de su madre muerta lo persigue desde Turín a Roma, de Roma a Sarajevo, y de vuelta a La Stampa. ¿Fue su madre la bella, santa, protectora, que recuerda? ¿O fue algo más? Bellocchio intenta, como siempre, que su compleja y hasta rebuscada historia tenga algún eco político, que diga algo sobre la sociedad y el
establishment. Pero la verdad es que lo más interesante es su lado melodramático, que se expande con intenso brillo en la última media hora. Antes de eso, hay varios momentos de esta película donde uno se pregunta para dónde va. El laberinto de Bellocchio tiene diferentes puertas, pero, al final, una sola salida. Raúl Ruiz escribió en sus
Diarios que "la persistencia en el error es parte constitutiva del mundo de Bellocchio". Es difícil elaborar un juicio más acertado.
Felices sueños es una película fascinante por las razones equivocadas. Su centro emocional no es el hallazgo de verdades ocultas ni las revelaciones de la adultez, sino la idea perturbadora de que hay una parte del sujeto que nunca deja de ser un niño y que la madre ocupa un lugar indescifrable al que ninguna psicología ha logrado tener acceso. Ni la de la dependencia ni la del odio. Aun después del crimen inevitable, Edipo sigue escondido en un regazo. ¿A quién se le ocurre? Grande, Bellocchio.
Fai Bei SogniDirección: Marco Bellocchio.
Con: Valerio Mastandrea, Barbara Ronchi, Bérénice Bejo.
131 minutos.