En 1997, la ANFP, bajo la presidencia de Ricardo Abumohor, firmó un contrato inédito por sus montos. Los clubes locales recibieron 57,5 millones de dólares por cinco años, una cifra impensada en esos tiempos de plata dulce, justo antes de que se desatara la crisis asiática. Reconozco mi candidez en ese momento. Pensé que esa cantidad de dinero significaría un desarrollo de las instituciones.
Antes de concluir el vínculo, más del 90 por ciento de los equipos estaba al borde de la bancarrota. Como nuevos ricos, los dirigentes se trastornaron y no dudaron en ofrecer cifras astronómicas a los jugadores, entrenadores, representantes y comisionistas. En el inicio de este siglo, el fútbol chileno entró en una cesación de pagos; en 2002 hubo dos huelgas de futbolistas largas y desgastantes, preludio de la intervención del Estado a través del proyecto de sociedades anónimas deportivas. La quiebra de Colo Colo y Universidad de Chile, el desastre de Deportes Concepción, O'Higgins de Rancagua y Deportes Iquique, para ejemplificar con escuadras de regiones, ilustró la debacle.
Durante la administración de Harold Mayne-Nicholls, cuando el Canal del Fútbol (CDF) se asentó hasta transformarse en el sostenedor fundamental, otra vez se generó un proceso inflacionario. Con las tesorerías rejuvenecidas por recursos inesperados, los directivos operaron con la lógica del gastar como país en guerra. De esta manera, permitieron el ingreso de los prestamistas, amparados en la figura legal de los
factoring, y en el último lustro de empresarios de jugadores, quienes a partir de generosas comisiones e innegable pericia construyeron fortunas para adquirir clubes de las tres categorías del fútbol profesional chileno.
Hoy, cuando los 32 clubes que conforman la ANFP celebran el mayor negocio que tenga memoria la actividad, luego de que la Fiscalía Nacional Económica (FNE) aprobara la venta por los próximos 15 años de los derechos de transmisión del fútbol nacional al grupo Turner, por 1.287 millones de dólares, con 3,1 millones de la divisa estadounidense para cada cuadro, es natural mirar con inquietud el futuro.
Ojalá nos equivoquemos y esta avalancha de recursos implique un salto cualitativo. La experiencia nos recuerda que lo más probable es que se desate un alza generalizada en las remuneraciones y en los pases de los protagonistas. No es un despropósito pensar que varios de los propietarios de clubes operen con la lógica del "topón pa' dentro" y se vayan del fútbol, dejando a sus instituciones solo con los flujos que vendrán de manera regular.
A casi un año del anuncio que entregó la emisión del fútbol chileno a un gigante de la envergadura de Turner, es saludable reconocer que hubo un proceso regulado, con la intervención de la autoridad competente. La FNE buscó resguardar los intereses del público que sostiene este deporte y evitar que la evidente asimetría entre los operadores de televisión pagada (cable y satelital), e incluso abierta, no alterara un mercado que a esta altura -qué duda cabe- es la mayor industria del entretenimiento del país.
¿El próximo desafío de la autoridad? Investigar a fondo la propiedad de los clubes.