Nadie discute que Claudia di Girolamo sea una de nuestras actrices más dotadas. Pero desde 1996 hace periódicos intentos por ganarse el respeto también como directora teatral. Le ha ido mejor con sus propuestas de sentido político ("Soy tumba", "Mina antipersonal"). En cambio, sus puestas de obras realistas de autores consagrados revelan que en su empeño hay, más que nada, determinación.
Tras "La anarquista", de Mamet, y "El montacargas", de Pinter, ambas en 2014, "Hedda Gabler" es su primer abordaje de un clásico absoluto de la dramaturgia occidental, una de las piezas -de 1891- más representadas y discutidas de Henrik Ibsen, considerado unánimemente uno de los tres pilares del teatro moderno. Con la clara voluntad de profundizar una pieza que conoce a fondo por cuanto protagonizó la estilizada versión de hace solo una década, para despejar en ella lecturas que, a su juicio, entonces no cristalizaron.
La revisión del texto por Alexis Moreno condensa ágilmente los cuatro actos en 140 minutos, sin pausa ni cortes o añadidos importantes (el más llamativo, que se da a entender que Hedda y su examante fueron camaradas de lucha política). El drama acá tiene una ambientación ecléctica que fusiona elementos de época con otros actuales. Eso no es problema. Sí lo es que Di Girolamo propone un enfoque contemporáneo, lo que a su parecer y tal como lo hizo con Mamet, consiste en doblarle la mano al realismo; algo esencial en este texto y, por lo demás, un estilo que Ibsen ayudó a fundar.
La acción ocurre en un ruinoso salón burgués con su cielo raso a punto de caer y una gran lámpara antigua encendida, pero caída en medio del suelo, lo que a nadie molesta ni le llama la atención. Se suma un inquietante universo sonoro que anuncia un desastre inminente, cosa que tampoco perciben los presentes. Eso hace cortocircuito con la ficción de impronta inconfundiblemente realista, cuyo diálogo habla de "la casa soñada" en que serán felices los recién casados que se instalaron allí.
Tal vez Di Girolamo quiso sugerir que este es un sistema social a punto de colapsar; cuestión que está en Chéjov, no en Ibsen. O la extraña atmósfera busca reflejar el desasosiego íntimo de Hedda, también una idea teatral forzada y sobrepuesta. Hay textos que permiten eso (sin ir más lejos, "Franco", en otra sala del mismo GAM, desarrolla ese concepto de modo perturbador), otros claramente no. ¿Cómo va a tener un eje tan subjetivo un relato que avanza con circunstancias externas y objetivas? Hay más signos antojadizos e inexplicables, como que algunos personajes ingresan a escena incómodamente por una rajadura del panel al fondo, o que la criada, usando hawaianas, entra y sale trayendo decenas de ramos de flores, siempre en puntillas.
Hay que decir que los actores resuelven bien, y a veces muy bien, la encarnación realista de sus roles. Pero por muchos que sean sus logros, estos siempre parecen darse fuera de contexto, en un entorno a contrapelo. Así, sin tensión ni compromiso emotivo, la entrega resulta de principio a fin plana y tediosa. Con otro escollo: por toda la intensidad e histrionismo que despliega Amparo Noguera, ella traza a su antiheroína como una mujer muy compleja y de aristas contradictorias, pero en ningún caso la revela -según se había anticipado- como una adelantada del feminismo.
Centro GAM. Miércoles a sábado a las 20:30 horas. Hasta el 15 de diciembre.