Los relatos de Vladimir Nabokov (1899-1977) fueron apareciendo en forma separada en diversas revistas y antologías hasta que, en vida del autor, se editó la versión en inglés de ellos, en cuatro tomos que comprendían 52 historias. Los
Cuentos completos, recopilados por Dimitri y Vera, hijo y esposa, respectivamente, del eximio prosista, vieron la luz en 2008 y recién tenemos en español la totalidad de estas obras; o sea, 67 títulos que, aparte de conformar el corpus definitivo de Nabokov en el género breve, de haber significado una labor titánica para Dimitri y Vera -viajes, investigaciones en variadas fuentes, búsquedas en archivos y bibliotecas, pesquisas de periódicos desaparecidos-, también constituyen un acontecimiento literario. Y se trata, como sea, de un acontecimiento literario con mayúsculas, debido a que nos presenta un extenso listado de episodios de valor superior, porque no hallaremos aquí nada mediocre: todas las fabulaciones de la presente colección van de lo deslumbrante a eso que, con mezquindad, podríamos llamar logrado. Nabokov pertenece al escogido grupo de narradores que escribieron en dos o más idiomas -Beckett y Kundera hicieron otro tanto-, aunque el caso del novelista oriundo de San Petersburgo es único: la mitad de su producción está concebida en ruso y la otra mitad fue elaborada en Estados Unidos, en el lenguaje de ese país, con el agregado de que el mismo Nabokov tradujo para el público norteamericano, de modo brillante, todo lo que antes había imaginado en su lengua nativa. De hecho, su nombre está hoy ligado a las grandes letras norteamericanas.
Nabokov siempre quiso construir un volumen final con sus piezas cortas, pero su vida creativa fue en extremo intensa y plena, por lo que el tiempo se le hizo escaso. El criterio de selección que poseía era, además, demasiado estricto y, al mismo tiempo, muy ecléctico: la calidad le importaba menos que aquello que él, subjetivamente, creía que merecía publicarse.
Muchas de las anécdotas que figuran en este enorme ejemplar, tales como "Sonidos", "Dioses", "Terra incógnita" o "La visita al museo" son el germen de futuras novelas:
Ada o el ardor , Pálido fuego o Pnin
. Tal vez no sea aconsejable sumergirse sin vacilación en las 900 páginas de este cuerpo prosístico, que puede ser demandante. Quizá lo mejor podría ser tomarlo por etapas para dejarlo si nos cansamos y volver a él cuando tengamos ganas. Si nada se pierde al zambullirnos en la integridad de este mamut, tampoco nos frustraremos si lo abordamos de manera gradual.
La ventaja evidente en la ordenación cronológica de los
Cuentos completos reside en que nos permite tener un panorama general del desarrollo de Nabokov como creador de ficciones literarias. Sin embargo, hay otros factores importantes: la trayectoria no es siempre lineal y de pronto una fábula sorprendentemente madura se cuela entre una serie de trabajos más sencillos de juventud: son los casos de "La palabra", "El dragón" y la notable intriga política "Se habla ruso". Y si bien es cierto que el conjunto de esta compilación ilumina la evolución de su proceso imaginativo, proporcionándonos inapreciables claves acerca de los asuntos y los métodos que ampliaría más adelante, estas crónicas, no obstante, exhiben la parte más accesible de su extenso legado narrativo. Incluso esos trabajos que están íntimamente vinculados a algunos de sus textos mayores, poseen unidad y consistencia propias, pues, aun cuando ofrezcan variados niveles de lectura, tampoco requieren de un bagaje cultural previo. Y ofrecen una gratificación inmediata, tanto a quienes ya se han aventurado en la compleja madeja de prolijidad en Nabokov, como a los que la acometen por primera vez.
En el curso de la preparación de estos
Cuentos completos Dimitri se benefició de los comentarios de múltiples eruditos y críticos que, por su cuenta, vertían en numerosos lugares las tramas de su padre. Como fuere, reclama para sí la autoría de este inmenso compendio. Y le asiste toda la razón del mundo puesto que ha rescatado una considerable cantidad de narraciones olvidadas, perdidas en magazines ya eclipsados en los años 20 y 30 o simplemente inubicables. Esto significó, asimismo, haber preservado un estilo homogéneo, tener que lidiar con intérpretes de Nabokov poco fiables y, sobre todo, tratar con un vasto material bibliográfico en ocasiones casi impenetrable. Es preciso agregar un hecho que hoy parece anecdótico e irrelevante: la composición de los
Cuentos completos se vio en gran medida favorecida gracias a la entrada en escena de Lolita (1955), un libro que catapultó a Nabokov a la fama internacional por el escandaloso argumento, pese a su excepcional originalidad y a que contiene uno de los pocos mitos genuinos de la novelística contemporánea.
Los
Cuentos completos suministran también los ecos de la juventud de Nabokov en Rusia, su época universitaria en Inglaterra, el período de exilio en Alemania y Francia y finalmente esa América que él se entretenía en idear, tal como antes había forjado a una Europa de su propia cosecha. Con todo, tal vez la materia más profunda y significativa del legado de Nabokov sea el desprecio profundo por la crueldad -de los humanos, del destino-, un terreno en el que el pasado reciente entrega tantos ejemplos que resulta imposible siquiera enumerarlos. En este sentido, así como en la incomparable escritura, estos
Cuentos completos son la lección de un maestro.